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martes, 20 de abril de 2021

Crónica del viaje a España - julio de 2017 - Libretas - Cadaqués - Barcelona

 

Cuarta parte de los apuntes que saqué en dos libretas del viaje que hice a España en julio de 2017. En esta última parte cuento la visita que hice al pueblo de Cadaqués, eternamente asociado a Salvador Dalí, y al Cap de Creus o Cabo de las cruces, un parque natural muy cerca de la frontera de Francia. Luego el regreso a Barcelona, donde en mi última noche conocí el viejo Bar Marsella y tomé por primera vez absenta. Al otro día sería el retorno y el viaje a través del Atlántico hasta Montevideo.

Muchas gracias a los amigos lectores que me han acompañado en este proceso de publicación de las crónicas y ahora de los apuntes, del viaje que hice a España en julio de 2017. Un abrazo. Gracias por leer. 

El día previo al viaje a Cadaqués, fui a la terminal a buscar los pasajes y a la vuelta le saqué una foto a la Torre Glòries. Al otro día, ya yendo en el ómnibus por la autopista, pasé a su lado y le saqué otra foto.


Autopista AP-7. En viaje a Cadaqués, jueves 27 de julio.

Viaje a Cadaqués.
No sé cuándo pasamos Mataró. Pensaba conocer la ciudad, pero eso no ocurrió.
El ómnibus va casi vacío. A mi izquierda dos amigas charlan. La rubia es argentina, pienso. Hace catarsis y no deja intervenir a la española.
Él ómnibus va muy rápido por la autopista. El paisaje es serrano. Los montes se parecen a los morros de Brasil, pero con pinos marítimos. Amo esos árboles.
Un túnel. Antes vi un pueblito de casas rodantes y containers. ¿Gitanos?
El mediterráneo, liso, sin olas. Pienso en los inmigrantes que lo cruzan. ¿Eligen los días con mar brava? Imagino, debe ser más difícil para la guardia costera agarrarlos.

Hermosos los pinares. Imagina cómo era esta costa antes de que hubiera hombres por aquí.
Otro túnel, más corto. Ya los cerros aparecen encadenados. ¡Plantan en laderas de 45 grados! Pueblos sobre los cerros. Más plantaciones en bajada. Nada de terrazas. ¿No llueve?
Son las nueve de la mañana (cuatro horas menos en Uruguay), y hay una casita que todavía no ha visto salir el sol detrás de un cerro que la tapa.
El cuarto túnel. Otro peaje. Ahora por suerte escucho que habla la española. Madre paciencia. Ya le tocaría su turno. Susurran las españolas. Hay algo muy dulce y seductor en ellas.
Quinto túnel. El mar está lejos ahora.
Nos desviamos hacia la derecha. No pasamos por Girona. Me hubiera gustado conocerla.

La ruta baja. Sierras en el horizonte. Un arroyo seco. Blanes a 6 km dice un cartel.
Pera y manzana. “¿Y vos?”, escucho. Qué antiguo suena el vos en este contexto.
Señores montes. Creo que conocí más de Cataluña que Orwell. Él estuvo durante la guerra civil en la sierra de Alcubierre, pero eso queda en Aragón. Quise ir. Ya iré. Tres aviones dejan rastros de cristales en el cielo.
La manzana mordida se oxida muy rápido. Ahora sí veo una línea de montes en el horizonte lejano. Autovía del nordeste, en obras.

Roses, al sur, desde el camino que va a Cadaqués.

El tiempo, preocupación humana. Era un durazno o una ciruela grande. Por eso era amarillo. Como los campos roturados. Palomas en los surcos. “Así no me sirve”, dice la española. Luego se chupa los dedos, uno a uno, haciendo ruido.
Riego artificial de un maizal pequeño. “Soy así” dice citando; “Ahora todos son así”, se queja. Comen queso. La española con un cuchillo. Ojo con las frenadas. Pero es pera. Otra vez me engañan los sentidos. ¡Mirá el paisaje Veloz! Pero es que varias veces dije que más que a la arquitectura, vine a conocer gente.
Un macizo cortado, como a cuchillo, a lo lejos. Más peajes que pájaros. Francia, dicen los carteles. ¿Los Pirineos en el horizonte?

Entre los cerros, Cadaqués.

Hora y media de viaje. Figueres y Roses dice el cartel. Marta es de Roses. Vivió su adolescencia allí. Su infancia la pasó en Madrid.
Doblamos a la derecha rumbo al mar. Francia queda a 29 Km. Cadaqués a 31.
A los girasoles les falta agua. Un aeródromo. Un cartel publicita saltar en paracaídas. Avionetas amarillas. La línea de cerros ahí nomás; pueblos en sus faldas. Bloques de apartamentos en Roses. Un arroyo como el Valizas, lleno de botes de recreo, lanchas y veleros. Ya se ven detalles en los cerros. Turismo. Vacas y toros pardos.
Paramos en Santa Margarita. Deja subir unas muchachas y no les cobra. Igual que en Uruguay.
Por fin la platja.
Castro visigodo, dice un cartel. Una fortaleza en ruinas, reconstruida.

Libreta roja y verde.




Cap de Creus, jueves 27 de julio.

El parador que hay en el parque natural Cap de Creus tiene una vista espectacular. ¿Qué decir? ¿Cómo describir la vista del Mediterráneo? ¿Y el color? Azul ¿Grisáceo? Porque índigo no es. Bueno, todos se imaginan el mar azul.
Al suroeste, donde se encuentra Cadaqués del santo San Dalí, posando en su estatua de señor burgués, hay un cerro enorme con un observatorio esférico en su cima.

La única manera que encontré para ir a Cap de Creus desde Cadaqués fue en un trencito.

 Portlligat, la cala donde Dalí tenía su casa y su estudio. Es la edificación que aparece en el centro de la imagen.

 No es difícil imaginar que Dalí se inspiró en las figuras que forman las rocas erosionadas de Cap de Creus.

La costa rocosa, zigzagueante, en varias calas o entradas que hace el mar, dejando las puntas rocosas a flote como dedos huesudos de una mujer flaca.
En el gris del horizonte brumoso se ven más promontorios, más lugares para que aniden aves marinas. Pero veo pocas de estas. ¿Qué les pasa a los pájaros en Cataluña?


La vista hacia el norte. A mitad de esos montes que se ven en el horizonte va la línea divisoria entre España y Francia.


El Cabo de las cruces, el punto más oriental de la península ibérica y donde terminan los Pirineos.

 


Para el otro lado, para seguir hablando de las montañas y no de los yates y gomones que marcan estelas blancas en el mar, o que luego de gastar el combustible que consume un auto familiar ¿en un mes?, se reúnen en calas inaccesibles y por tanto exclusivas, a tomar sol en apretadas playitas; pero digo, al otro lado, al noreste, la costa cambia de dueño, y es Francia. Nunca estuve tan cerca del país de los francos, aunque aquí, la mayoría vienen de allí, complicándole la vida a los mozos y mozas del restorán en la cornisa.

Libreta roja y verde.



Cadaqués, jueves 27 de julio.

Bueno, no me lo había propuesto, pero heme aquí, en la pequeña patria del gran masturbador. El Salvador Dalí que me deslumbró de joven, en la época que sacaba prestados libros de la biblioteca de arte de la Intendencia de Montevideo. Aparte de quedarse pensando, tirado en un sillón, jugando con una bolita de miga de pan que colocaba entre su glande y su prepucio (y de paso sacaba para olerla), iba imaginando cómo las paredes de su casa desaparecían, acercándolo, etapa a etapa, estación a estación, a la escena que lo excitaba.



Gala, Marcel Duchamp y Dalí, en la terraza del Bar Melitón, 1962.


El Dalí que recibiera al biólogo ruso y estudioso del origen de la vida Alexander Oparin en su casa de Portlligat, o a Giger y compañía, que fueron a convencerlo de que actuara en el papel de emperador en la película Dune.


También el Dalí en su Cadaqués, el pequeño puerto oculto entre cerros que cobijó la relación con Federico García Lorca y luego, más tarde, con Gala. En aquellos años de lectura y de descubrimiento de los jóvenes artistas de las vanguardias, me puse del lado de Paul Eluard cuando supe que Gala, quien había sido su esposa, fue después compañera de Dalí, además de su modelo y su musa. Ahora que ha pasado el tiempo, me he puesto del lado de Gala.
 
 

El pintor Josep Moscardó en su taller de Cadaqués.



Por último, el Dalí de la residencia de estudiantes de Madrid, dibujando a la bestia, “siempre gomitando”. Así lo recordaba Rafael Alberti en La Arboleda perdida, cuando iba de visita a la residencia. Un Alberti celoso del influjo de Dalí sobre su “primo” Federico. Más aun cuando el poeta andaluz tuvo que terminar en el exilio, en Argentina, mientras el de largos mostachos con pegote de dátiles se hacía millonario, viajaba a Nueva York, salía en revistas con el jet set más rancio y para colmo, se declaraba monárquico en medio de la dictadura de Franco. Eso sí que es acomodar el cuerpo.
Y todo eso para mí es Dalí, mientras tomo café con croissants, y miro el puerto de Cadaqués repleto de pequeñas embarcaciones, y en otras mesas, a mi lado, turistas de Europa oriental ríen y disfrutan de sus vacaciones.

Libreta marrón y naranja.


Barcelona, jueves 27 de julio.

Última noche en Barcelona. Mis amigos me llevan para despedirme a un viejo bar centenario, el Bar Marsella.
Como en el cuadro de Degas, Los bebedores de absenta, estoy tomando la bebida verde. El bar, como una momia de Hollywood mantiene en sus vitrinas, botellas con líquidos oscuros, concentrados. Sus etiquetas, descascaradas por el tiempo, como las paredes del bar.

Hace calor dentro. Mis amigos me enseñan el ritual de tomar ajenjo, L’Absinthe, vertiendo agua sobre un terrón de azúcar que está colocado en una cucharita con agujeros. Al diluirse la absenta en el agua, la bebida toma un color verde lechoso.
Aguardo el tan esperado efecto, pero imagino que habrá que tomar más para que este se note. Entre el calor y la ansiedad por el viaje al otro día, sólo me siento mareado. Me sacan una foto y esta sale mal. Aparezco con el rostro deformado y el bar detrás, se fragmenta en partes.

Libreta roja y verde.


  Aeropuerto Barcelona-El Prat
 

 
Adiós Barcelona. En el aire se ve la calima, el polvo del desierto del Sahara en suspensión.
 
El día anterior, el jueves 27, se había iniciado un gran incendio forestal en el municipio de Yeste, Albacete, y una extensa nube de humo se veía hacia el sur.
 
Campos de Castilla. Aterrizando en el aeropuerto de Barajas para tomar el vuelo hacia Montevideo.


Madrid, viernes 28 de julio de 2017.

9.959 Km es la distancia entre Madrid y Montevideo. A punto de despegar en la “Maja”, desde el aeropuerto de Barajas. El avión tiene una mujer muy española, pintada en el fuselaje, y las siglas MJA, maja.

Libreta marrón y naranja.
 
 
 
Madrid desde el aire. Adiós España.
 
 

 

Ver la Crónica del viaje a España - julio de 2017 - Libretas - Asturias


 
 
 
 
 
Regreso a Montevideo y al hogar, al amanecer. En casa me esperaban Mariana, mi compañera, y nuestros cuatro gatos: Blanco, Negro, Titi y Beck. En la foto se ve la bahía, el puerto, Ciudad Vieja (mi actual barrio) y a la derecha, Punta Carretas.
 
 
 



En El taller de Jar se encuentran las notas
 publicadas en El País Cultural, además de un índice.


Gracias por leer.
 


Texto y fotografías: Copyright ®  Daniel Veloso Mozzo 2021





 

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