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sábado, 27 de marzo de 2021

Crónica del viaje a España - julio de 2017 - Libretas - Asturias

 

En julio de 2017 hice un viaje a España. La primera vez que crucé el Atlántico. Fui a conocer la Semana Negra de Gijón, una feria sobre novela negra que se hace todo los años desde hace más de tres décadas, en la ciudad asturiana de Gijón. También pude pasear por Madrid un par de días y luego viajar a Barcelona.

Mi idea era escribir una crónica sobre el viaje, y de hecho logré escribir cuatro capítulos. Para hacerlo me basé en las fotografías que saqué y en las notas que tomé en dos libretas. Ocurrió que quedé trancado en el quinto capítulo de la crónica, que trata del viaje en el Tren Negro, que lleva a los escritores y periodistas desde Madrid a Gijón. Durante el viaje del tren la organización hace presentaciones de los autores que participarán de la Semana Negra. Queda en el tintero. Ya saldrá de él.

Mientras, y antes de que pase más tiempo, decidí transcribir y publicar las notas de las dos libretas. Es otro tipo de relato, más personal. En realidad con las notas se omiten muchas cosas del viaje. Esto es así porque uno puede sacar notas en los momentos de tranquilidad; los días agitados o en que se hacen paseos o desplazamientos generan lagunas. Por eso es mejor escribir una crónica y utilizar los apuntes para su armado. Igual, estas notas consiguen dar un panorama de Gijón y su Semana Negra. Más adelante subiré los apuntes sobre Cataluña.

Gracias por leer. Abrazos. 

 

 

Gijón, viernes 7 de julio de 2017.

Semana Negra de Gijón.

(Apuntes al final de la libreta, sacados en plena feria).

Tipo con bastones para hacer senderismo (entre la gente).

Gaviota asustada por el ratón Mickey. (Recuerdo haber visto un globo plateado, inflado con helio, volando alto, como a doscientos metros de altura sobre la feria y una gaviota que volaba cerca de él, como analizando ese objeto extraño).

Yendo a la sidrería.

Dique/humedad.


Gijón, sábado 8 de julio.

¡Está fresco en Gijón! Una brisa húmeda sopla desde el mar Cantábrico. Ya es mi segundo día en la ciudad y apenas me he movido. En el hotel comparto habitación con Iñaki Echeverría, un ilustrador argentino. Buen tipo.
Trato de no pensar y fluir. Pero a veces es difícil. Salen los temas de siempre: Orwell, la guerra civil, anarquismo.


Gijón, lunes 10 de julio.

Insomnio. Un mosquito me despertó en plena madrugada. Pasado de rosca por lo vivido el día anterior, no pude seguir durmiendo. Me levanté y me llevé al baño Patria de Ignacio Paco Taibo II. Iñaki dormía pesadamente. Al rato volví a la cama, pero nada, no podía conciliar el sueño. Entonces me levanté, me vestí y bajé a la cafetería del hotel a desayunar. Era el primero. Como en toda la semana, llovía y estaba nublado en Gijón. El paseo a Oviedo tendría que quedar para el martes.


Del otro lado del vidrio, en el espacio frente al hotel con mesas y sillas, que en España llaman terraza, y donde se reúnen los escritores en sus tertulias improvisadas, sólo hay dos palomas picoteando migas. Son pichones. Tienen la típica pinta desgraciada de las crías de paloma. Es duro verlas. Apenas deben haber abandonado el nido.
Recuerdo que una vez llevé una carta, cuando era cartero en Piedras Blancas, a una casa muy humilde que quedaba al fondo de un terreno baldío. El hombre que vivía allí tenía cinco perros. Cuando me acerqué a ellos, estos se quedaron quietos, echados frente al portón. El hombre los trataba bien y por eso eran mansos. Al acercarme más pude ver que estaban llenos de garrapatas. Como hacía con Rolly, el perro negro y chico de mis abuelos, le saqué un par de garrapatas al que tenía más cerca. Crucé de regreso el terreno y al pasar por entre los pastos altos y como estaba de bermudas se me prendió una garrapata. Vi al ácaro caminando sobre mi pierna, entre los pelos. Le pegué un tinguiñazo y luego lo pisé en el suelo.
 
Playa de San Lorenzo.
 
Recordé esto porque me hizo pensar qué hubiera pasado si el hombre les hubiera puesto algún producto anti garrapatas a los perros. Acaso se hubieran sentido mejor y más fuertes. Pero entonces podrían andar en la calle y quizá ir más lejos. Ello traería problemas a aquel viejo de la casita del fondo. Porque la vida es como el agua en estado líquido. No puedes contenerla. El musgo se esparcirá por tus paredes. Las enredaderas crecerán y treparán pasándose a la casa de tu vecino. Así como tus perros se echarán en medio de la calle de tierra y correrán al cartero cada mañana. Es verdad que esto último no ocurrió. Por suerte no me corrieron por la calle Zapadores. Esa calle termina en el cuartel, sobre Domingo Arena. Años más tarde el cuartel se convertiría en cárcel vip para los torturadores y dirigentes de la dictadura cívico militar.
La cafetería del hotel lentamente se va poblando de gente que no está hospedada, que al parecer desayuna allí todas las mañanas. Quizá así el negocio consigue sobrellevar los meses de temporada baja. Unos veteranos pelean en un dialecto incomprensible para mí. Uno de ellos trata al otro de gallego, despectivamente. Este, el más viejo de los dos, dice palabrotas. Tal vez bromean sobre fútbol. El menos viejo tiene una campera roja con el escudo del Sporting de Gijón. Al rato se va. Ambos me miraban buscando complicidad. Yo sonreía, pero por dentro no quería que interactuaran conmigo. No creo que pudiera entenderles.

Afuera, un hombre llama a una de las trabajadoras de la cafetería. La mujer sale y se acerca al hombre. Este le señala una paloma blanca y negra. La mujer vuelve a entrar y al rato aparece con un pedazo de pan. El hombre agradece y le arroja migas a la paloma. Enseguida aparecen otras más.
Vuelve a repetirse el dilema de la vida y su liquidez. El hombre le da de comer a las palomas. Algo que no tiene límites, ni parámetros, de pronto, el hombre se los pone. Y lo que viene a continuación es el problema de asumir la responsabilidad.
Sin dormir se complica escribir con, sí, claro, con fluidez. Pero las palabras al contrario de las hiedras, no pueden escaparse de la hoja, esparciéndose por la mesa.
 


Gijón, martes 11 de julio.

Otra noche de insomnio. Me acosté a las tres de la mañana, pero a las cuatro estaba de nuevo despierto. Fui al baño y cuando volví ya no pude dormir. La almohada, gruesa y dura, además del colchón, no ayudaron.
Iñaki ronca mucho también. A veces parece que va a explotar como un globo. Era el escenario tan temido: un compañero de cuarto que roncara.
Entonces, a las siete, estaba como el día anterior en la cafetería. Por lo menos no llueve. La muchacha que me atiende es muy amable y recuerda mi elección del día anterior. Dos bizcochos, café negro y jugo de naranja. Pero hoy sí o sí voy a ir hasta Oviedo. Ayer en la feria compré varias escarapelas, o pins, con los colores de la bandera de la República Española para regalar a los amigos. También un libro en el que se describe una ruta turística y temática en Oviedo, para visitar algunos lugares de la ciudad que aún tienen marcas de la revolución de 1934. Después fui hasta la carpa a ver la presentación de ese mismo libro. Me senté en una silla y saqué el termo y el mate de la matera. Sabía que desde el estrado y a mi alrededor, algunos me miraban.

El domingo había sido el gran día, para el que me había preparado ya desde antes del viaje: moderar una mesa con escritores argentinos y mexicanos. En realidad, había sólo un mexicano, Fritz Glockner, ya que Ricardo Vigueras, es español, de Murcia, aunque desde 1996 vive y escribe en Ciudad Juárez, al norte de México. Así que me desdigo: Ricardo es también mexicano, con todas las letras.

De izquierda a derecha: los escritores argentinos Eduardo Goldman y Tatiana Goranski, el escritor español Juan Madrid y los escritores argentinos Fernando López y Juan Guinot.

 

La poeta Olaia Pazos.

Haber leído mis poemas el día anterior al de la mesa redonda me había dado valor para afrontar al público. Simplemente lo que hice fue leer los apuntes que había traído desde Montevideo, con información de cada uno de los autores. Después le daba la palabra a cada uno de ellos, y estos se presentaban al público o hablaban sobre el tema del debate. Pero el tiempo era poco y al final no llegaron a debatir realmente sobre el tema. Ignacio Paco Taibo II, que lo tenía sentado a mi lado, viendo que quedaba pocos minutos asignados para la mesa redonda, hizo un resumen sobre la historia de las relaciones literarias entre México y Argentina. Me fue bien con la presentación de los escritores y me divertí. Algún día si me toca una experiencia similar lo haré mejor.


Pero en el fondo el tema es la enfermedad de mi gato Blanco. Será una larga despedida. No creo que pueda mejorar. Disfruta, dicen todos, pero la realidad es lo que es.
Lo que más me sorprende es lo cristalino que veo todo. No hay diferencia con estar en el Centro o en la rambla Sur. Un tipo de remera roja, baja cajones con botellas de refresco, en la esquina del hotel.

La escritora Sophie Hénaff dando una entrevista en la cafetería del hotel.

Cambiarán las caras, eso sí. Por ejemplo, he notado que los rostros de las mujeres en Gijón son muy diferentes a los que vi en Madrid. En la capital vi muchachas que me recordaban a compañeras de liceo, pero en Asturias me parecieron más vascas.
Sin embargo, hay cosas que he visto aquí que hablan de cierto igualitarismo, y que no se ven allá. Hoy han vuelto a entrar tres empleados vestidos con camperas naranjas a tomarse un café con leche. No imagino esto en Montevideo.

Sabía que algo así me pasaría en el viaje con respecto a la soledad. Recuerdo siempre lo que me dijo Horacio, mi psicólogo, sobre el viajar y las vacaciones. Él decía que era feliz regando su jardín, en el Pinar, durante la licencia.
Pienso qué habría pasado con Blanco si nos hubiéramos mudado el año pasado, como yo quería. El apartamento es bastante húmedo y no recibe luz durante seis meses.
Son demasiados problemas para disfrutar. Menos mal que conseguí terminar la facultad antes de venir a España.
Y ya está bien hasta aquí.

Oviedo
 
Gijón, miércoles 12 de julio.

Día complejo. Al final fui a Oviedo. El viaje en ómnibus desde Gijón fue agradable y muy rápido. En veinticinco minutos había llegado.

Caminé solitariamente por sus calles y peatonales. Hacía más calor que en Gijón. Me gustó sentarme a descansar en un gran parque arbolado a mirar una paloma bañándose en una fuente. También vi una urraca negra y blanca bebiendo de la corriente de agua que se derramaba de la fuente.

Oviedo es como la ciudad uruguaya de Minas, con su gran cerro forestado, aunque aquí tiene en su cima la infaltable estatua de Jesús campeador. Claro, en Oviedo él ha vencido. También hay una estatua enorme encumbrada sobre una iglesia en Gijón. Allí también es el puto amo.


Al regreso, ya en el hotel, conseguí dormir un poco. Había pedido a una de las señoras que limpian las habitaciones que me consiguiera una almohada blanda, y con esta logré dormir. Al principio sólo pude dormitar un par de veces, hasta que finalmente quedé rendido y dormí pesadamente.
Me desperté a las ocho de la tarde, ya que, en Gijón, y con el adelanto de una hora por el horario de verano, el sol se pone a las nueve. Me miré en el espejo del baño y vi que tenía una marca de la almohada en la cara. Me vestí y salí para el dique donde estaba montada la feria de la Semana Negra. Iba por la rambla de Guijón a todo trapo esquivando a los paseantes que habían salido a caminar aprovechando el primer día lindo después de quince nublados y con llovizna.

Acabo de comprobar que una pobre mosca se cayó en mi vaso vacío. Luchaba en el fondo con las alas pegoteadas de cerveza. Con una servilleta la liberé. La mosca no dudó y se trepó al papel. La coloqué sobre la mesa de plástico naranja y me puse a contemplarla. Y me reí con la mosquita borracha, mientras en la terraza del hotel, los de las demás mesas hablaban a los gritos.
En un principio pensé que era un Drosophila, una mosquita del vino, pero después vi que era una mosca común, joven. Lo más curioso es que después de limpiarse sus alas con las patas de atrás, volvió al vaso. Le saqué el dulce y se fue, la muy borrachita, haciendo equilibrio por el filo de la mesa.


El dibujante argentino José Muñoz, de verde.

Falta contar que, totalmente drogado de sueño, le pagué el hotel a Barajas, un flaco de pelo largo encanecido, muy simpático, que dirigía ese año la Semana Negra. Luego fui a la carpa más pequeña, que lleva el nombre de A quemarropa, la publicación de la Semana Negra que sale todos los días que dura el festival, y encontré que estaban leyendo poesía. Esperé a un lado de la carpa, sobre la calle, mi oportunidad. Busqué en el teléfono un pdf con poemas y encontré uno con el Cuaderno 10, de 2008.
En eso, un muchachito con el pelo en casquito, que conducía la lectura, dijo que faltaban dos personas que se habían anotado para leer, y preguntó medio en gallego si alguien quería leer. Levanté la mano y el muchachito hizo como que no me veía, y un buen hombre que tenía a un lado le llamó la atención. Fui hasta el micrófono, ebrio de sueño, como la mosquita borracha, y temblando leí.

 Ricardo Vigueras en la carpa de A Quemarropa presentando su libro.
 

 Iñaki Echeverría en la presentación de su libro.

Leí el poema Augurio, el primero que escribí después de una larga sequía, y seguí con El aljibe, con el poema sobre el caballo que desbocado pisotea los pastos bien verdes y húmedos, y con El ánfora. Todos poemas que hablan del regreso del poeta a su escritura.
Fue algo muy bonito leer aquellos poemas ante la carpa abarrotada de gente, que me escuchó en silencio, mientras me temblaba la mano que sostenía el celular. Cuando después de agradecer, salí hacia un lado, una persona que tenía a un lado, me dijo un “Muy bueno”, que me hizo sentir mejor. Disfruté esa segunda lectura mucho más que la del sábado por la noche en la carpa mayor del festival.
De alguna manera junté confianza con mi poesía, y al otro año esos poemas que leí en la carpa de A quemarropa encabezarían mi primer libro. Incluso llevaría el título del segundo poema que leí, El aljibe.

La escritora Elia Barceló en la carpa de A Quemarropa.

 Ignacio Paco Taibo II

Más tarde, despidiéndome de la feria, de sus tiendas y su rueda gigante, caminé por la rambla, junto a Ángel de la Calle y su compañera hacia el hotel. Ángel, a quien conocí en 2008 en Montevideo Cómic, iba contándome unos cuentos divertidísimos sobre sus lecturas de libros editados en Argentina: “no podía entender cuando un personaje decía: me puse un saco y salí a la calle. ¿Cómo se puso un saco? ¿Un saco de patatas?”, y ambos reíamos bajo el cielo estrellado del Cantábrico.

En vuelo de Asturias a Barcelona, miércoles 12 de julio.

Miro por la ventana del avión y veo el relieve accidentando del norte de España. Las montañas de la Cordillera Cantábrica surgían entre las nubes bajas. Las menos altas, tal vez de ochocientos metros, se veían como islas, asomando entre las nubes de apariencia algodonosa.
Ahora que vamos casi a mitad de camino, el relieve es más bajo. Se ven como cuencas y grandes extensiones pardas, alternadas por otras más oscuras, como si fueran plantaciones de eucaliptus. Desde esta altura el color verde se ve negro. También se ven los ríos, serpenteando entre las colinas desgastadas.

Anoche pude dormir. Mi nuevo compañero de cuarto, Martin Roberts, un periodista británico que vive en Madrid y que habla muy bien el español, aunque hacía ruido al respirar no lo hacía tan fuerte como para no dejarme conciliar el sueño. La almohada blanda que había conseguido ayudó. La extrañaré.
Estaba ya entrada la madrugada cuando entré a la habitación. Roberts estaba durmiendo, así que tomé la valija grande y la llevé al baño para terminar de ordenar la ropa. Esperaba así hacer menos ruido.
A la mañana siguiente me levanté temprano. La organización de la Semana Negra me llevaría hasta el aeropuerto de Asturias para que tomara un vuelo a Barcelona. Puse los libros en la valija chica, y me di una ducha rápida. Al salir del baño me encontré con Martin que se había despertado. Charlamos un poco y me dio su tarjeta. Me pareció buena gente. Así sería George Orwell, pensé, amable, educado y algo distante. Lástima, pensé, hubiera estado bueno conversar más con él.
Al llegar a la cafetería del hotel vi que ya estaba el auto esperándome. Igual me dio el tiempo para despedirme de las dos mujeres que tan amablemente me sirvieron los desayunos.

Abajo, por la ventanilla del avión, se ven los campos roturados. El mosaico de cultivos y zonas forestadas. También algunos pueblos sobre las colinas, siguiendo el curso de los ríos.
Se viaja apretado en estos vuelos de bajo costo. Me tocó el asiento del medio de una fila de tres. Del lado del pasillo tengo un celtíbero bastante grande, de barba rojiza, mirando una película en su laptop. Del lado de la ventanilla, un veterano que duerme. Así puedo mirar el paisaje. Por ejemplo, una gran sierra de más de mil metros de altura. Lástima no poder ver los Pirineos, que quedan a mi izquierda, y como estoy sobre el ala, no puedo ver gran cosa desde mi asiento. Igual me gusta ver cómo tiemblan las alas de los aviones.

Un embalse de agua verdosa; cerros con plantaciones, tal vez de pinos. Más allá estará Portugal, al límite de la visión, oculto por la bruma. Ya falta menos.
Qué buen gesto que tuvo el dibujante argentino José Muñoz ayer, de detenerse a charlar conmigo. Me cayó bien. Creo que lo hizo un poco a propósito. Yo también ayudé, cuando lo saludé le dije que me había gustado mucho su historieta Sudor sudaca. La había leído a fines de los ochenta en la revista Fierro.
El avión empieza a descender y a perder velocidad. Por una ventanilla del lado izquierdo pude ver montañas negras, de cumbres afiladas.
El capitán anuncia que hay veintisiete grados en Barcelona.






 





En El taller de Jar se encuentran las notas
 publicadas en El País Cultural, además de un índice.


Gracias por leer.
 


Texto y fotografías: Copyright ®  Daniel Veloso Mozzo 2021





Si se desea utilizar este material con fines educativos o de divulgación por favor primero comunicarse conmigo a través del correo hiperjar3@gmail.com
Gracias. (11/04/2021)

 

 

5 comentarios:

  1. Me encantó la crónica, Daniel. Muy buena. Me hizo extrañar Gijón. Un abrazo

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  2. Muy buena crónica y excelentes las fotografías!

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    1. Muchas gracias Alicia. Me alegra mucho de que te haya gustado la crónica y las fotos. Abrazo grande.

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  3. Muy buena crónica y excelentes las fotografías!

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