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jueves, 26 de marzo de 2020

El bosque de Raquel Jaduszliwer







Henri Rousseau, El sueño, 1910.




27-03-2020


Daniel Veloso



A la poeta y escritora Raquel Jaduszliwer la conocí en Buenos Aires en enero de 2009. Había ido desde Montevideo a entrevistar a su esposo, el escritor y periodista Leonardo Moledo, al que había tenido como profesor en un curso de periodismo científico en 2001.
La entrevista la hicimos al atardecer de un día caluroso, en el café La Orquídea, del cual Moledo era fiel parroquiano. Me acuerdo que nos sentamos en una mesa junto a la ventana, buscando la poca brisa que corría por la calle.
Leonardo cada tanto me pedía que detuviera el grabador y que lo acompañara fuera del café, para fumar. En una de esas interrupciones me dijo que quería llamar a su esposa para que me conociera. Cruzó la calle y fue hasta el edificio donde vivía y habló con Raquel por el portero eléctrico. Regresó enseguida y me invitó a entrar al café a seguir la entrevista. Al ratito apareció Raquel. Saludó con simpatía y se sentó junto a Leonardo.
Yo estaba algo sorprendido por su presencia, pero al poco rato dejé de lado la timidez y conversé con ella. Le obsequié unos ejemplares del suplemento cultural donde publicaba y eso dio pie a que charlamos los tres sobre la Patagonia y sobre el año Darwin que justo se celebraba ese 2009 (se conmemoraban los 200 años de su nacimiento y los 150 años de la publicación de “El origen de las especies”). Al rato Leonardo interrumpió la charla y me dijo que debíamos seguir la entrevista porque aún tenía que terminar un artículo para el diario.
Mientras me contaba sobre su experiencia al frente del planetario de la ciudad, Raquel leía atentamente los suplementos que le había obsequiado.
Cuando terminamos la entrevista, nos despedimos y yo regresé a Montevideo al otro día.
Lo siguiente que tengo que decir es triste, porque nunca más volví a ver a Leonardo Moledo. En 2010, durante una visita que le hice a mis primos, que en ese entonces vivían en el pintoresco barrio de Mataderos, llegué a hablar con él por teléfono, pero justo estaba en la Universidad de Quilmes y no pudimos coincidir. Luego nos escribimos algunos mensajes y me revisó una nota para el diario, pero de a poco sus respuestas se hicieron cada vez más cortas hasta que no contestó más.
En agosto de 2014 me enteré de que había fallecido. Fue una gran pérdida, que sentí mucho. Siempre queda esa sensación cuando se muere un amigo con el que hubiéramos querido conversar un poco más. Y aprender todavía un poco más. Porque Leonardo Moledo fue para muchos periodistas, que trabajaron con él, o que lo leyeron, un maestro.

 

  Foto de Humberto Meoli

Pasaron unos años y se me ocurrió escribirle a Raquel para preguntarle si sabía más o menos, cuándo Leonardo había creado el Jinete Hipotético, un personaje que recorría Argentina entrevistando a científicos de las más variadas disciplinas. Así empezamos a escribirnos. En esas cartas me enteré de que Raquel era poeta, y así comenzamos a intercambiarnos poesía. Hasta que fui a visitarla en mayo de 2018 junto con mi compañera, coincidiendo con la presentación de su libro “Las razones del tiempo”. Allí conocí a su hija Lucía, que hace música folclórica y a su hijo Fernando, que es doctor en filosofía, kantiano, y que enseña e investiga en Alemania.
Esa vez, fue la segunda en que nos vimos con Raquel después del encuentro en La Orquídea. Seguro, que vendrán más.

En marzo de 2019 Raquel me envió por correo tres de sus libros: La venganza del clan de las banderas de acero, En el bosque y Las razones del tiempo.

De los tres, escogí empezar a leer su poemairo “En el bosque”, y de esa lectura surgieron las ideas e impresiones que a continuación comparto con ustedes. Gracias por leer.



 

“En el bosque” es un poemario de Raquel Jaduszliwer, publicado en 2018. En el primer poema ya se encuentra mencionado el paraíso perdido de su infancia. De niña, Raquel Jaduszliwer vivió en San Fernando, en el Gran Buenos Aires, a 27 Km de la ciudad de Buenos Aires: “Envuelta criatura nacida del interior de un bosque…”. Así es su nacimiento, al alba; una “pequeña criatura” expuesta a “los peligros del follaje”.
El bosque, que nos atrae pero que también promete volvernos locos o devorarnos, o tan sólo perdernos. El miedo del aldeano por el bosque, apenas un reducto de la antigua selva que surgió tras la última glaciación. El bosque de los primeros neandertales y de los primeros sapiens que llegaron a Europa. Acaso el que perduraba en épocas históricas recordara un poco a aquella gigantesca floresta posglacial.
Pero esos pocos manchones verdes que sobrevivían en la Europa de fines de la Edad Media contenían más temores y mitos que lobos que robaran a los niños de los pueblos. Tal vez sí estuvieran poblados por siervos escapados, por locos y por ladrones.
Es al parecer, el bosque de los cuentos el que encontramos en algunos poemas de Raquel. Aunque también es el bosque de las profundidades de la psiquis.
La criatura, nacida en el bosque, avanza en la oscuridad, nos cuenta la poeta en su poema: “Larga criatura”, que recuerda a una serpiente, acaso el dios Lug, la vieja deidad de los ligures, el de la luz.

“…a tu camino van a dar nuestros caminos incansables
nuestros buenos deseos todas nuestras plegarias
allá vamos antiguos peregrinos
una cuerda nos ata a la esperanza
salimos a buscarte criatura perdida
perdido talismán piedra preciosa”.






 Se encuentra perdida la criatura, pero de todas maneras “salimos a buscarte”. Es además un talismán, dice la poeta. Es la fuente ¿de qué sabiduría? Imagino de la que escasea en estas sociedades superpobladas, en las que sus habitantes no pueden, y me incluyo, comprender el juego de fuerzas que combaten en un conflicto eterno. Conflicto sin solución al que nada aporta la elección desesperada de caudillos y líderes, que no son más que cómplices de contendientes más poderosos.

La criatura, el talismán perdido:

“reflejo del tesoro ausente
pozo en el medio del gran claro del bosque”.



La metáfora del bosque era del agrado de Leonardo Moledo. Decía que cuando uno está frente a un bosque no necesita saber de botánica para apreciarlo pero, cuánto más se lo puede disfrutar si se sabe los nombres de los árboles, de los animales que lo habitan o las leyendas y canciones que se han escrito sobre él: "Si conocés todo eso disfrutás del bosque de otra manera y así tiene un significado distinto para vos", decía Moledo.

“No se contempla el bosque / se atraviesa”, nos dice Raquel, y nos dice cómo hacerlo:

“por detrás de los párpados
una idea de sol incendia la madera
por detrás de los troncos y de su empalizada
por detrás del ramaje y en el fondo del claro
sigue aguardando oculto el animal cegador
tabú para los ojos
rey escondido de la fronda y el tiempo”.




 Mujer caminando en un bosque exótico, 1905.



Al bosque también lo habitan los recuerdos de su vida y de su familia. La memoria heredada y la intuida de sus ancestros. Además, aquello que nos traen los sueños. La fronda de los árboles y la sombra que sobre el suelo proyectan.
El bosque no se contempla, se lo atraviesa, nos dice la poeta, como en el acto de cortar la carne con un cuchillo afilado. ¿Qué es un corte dentro de la clasificación de las cosas y de las ideas? La acción subversiva, ignorante del intento opuesto de imponer un orden al mundo, animado y el esfuerzo por hacerlo inanimado, sujetándolo a las ideas. Por eso la persecución al cambio y al movimiento (al nomadismo y a la migración). Es cierto que en ellos habita finalmente la peste y la extinción, algo que es inevitable, pero que la vida, como variación incesante en la competencia con los parásitos (que es expresión de la misma vida), escapa, manteniéndose en el tiempo. El mundo ordenado de la civilización lo que busca es la predicción de los fenómenos, también retrasando ese fin sombrío que su ciencia conoce bien. Al final la energía se distribuirá y quedará el frío, la quietud y el silencio. Tal vez para recomenzar de nuevo. Algo que no sé si forma parte del universo o es nuestra interpretación ante el horror que nos produce el fin y la muerte.

En el bosque, el bosque idea, están las cosas, con sus formas claras y contornos y límites bien delimitados. Pero un bosque, el que existe, y a estas alturas del siglo, que sobrevive a la devastación, ¿dónde comienza y dónde termina? ¿Se puede imponer fronteras a la vida?
Qué decir de un virus, viejo elemento que ha sobrevivido de los primeros tiempos en la Tierra y que al igual que otras formas de vida ha seguido su camino, es decir, ha evolucionado.
No parece que a la vida, muy terca ella, se la pueda detener. No sin exterminarla por completo. Qué gris paisaje queda cuando esto sucede. Qué dolor puede percibirse en un lugar así. Escenario que no lo es, si no hay conciencia que lo atestigüe.

Se lo atraviesa. Se lo lee. Se lo estudia.
Se trepa a sus ramas; se levanta la capa de musgos; se hunden los dedos entre la maraña de raicillas y redes de hongos que hay bajo la capa de hojas muertas. Se le escribe un poema y una canción.

La luz a través de las ramas más altas. El pájaro que avanza a los saltos entre el ramaje sombrío del soto bosque.

Se lo piensa al bosque. Con los ojos cerrados. Se lo prueba. Las bayas de las moreras salvajes. La miel de la colmena neolítica.

Así es el bosque de Raquel, iluminado por los rayos del sol de Newton y de la ilustración.

Un bosque sagrado, por lo tanto. A la luz del pasado y del presente.

El bosque, reino del tiempo:


“A lo largo y lo ancho todo es
temblorosa en la fronda, criatura del mundo, miniatura
los ojos apegados a la huella
no ves cómo se mueve el tiempo

pasan luces y sombras, pasan sombras
pero no ves el hilo que las une
ni el plan que las dispone

perdida entre fragmentos y tan huérfana
cada cosa te toma por sorpresa

criatura del mundo
desorientada miniatura”.



Tigre en una tormenta tropical, 1891.


La poesía no está libre de la ideología. O sea, de una imagen del mundo, que no es particular del poeta, ya que este debe entenderse como inmerso en una época, tributaria de una historia y de un lenguaje.

La percepción del tiempo es el reconocimiento del cambio y del proceso. Lo que hoy soy, no es lo mismo que lo que fui antes. ¿Acaso conservaré algo de mí en el futuro?

Poca cosa es la criatura humana. Apenas percibe el paso del día entre la sucesión de “luces y sombras” que dibujan el corazón íntimo del bosque. Pero a duras penas puede ver “el hilo que las une / ni el plan que las dispone”.

Entre “fragmentos”, su percepción se ve “huérfana” y “cada cosa" que acontece la "toma por sorpresa”.

Sin entendimiento, sin predicción, la “criatura del mundo” se encuentra “desorientada”. Apenas es una “miniatura”.




 La encantadora de serpientes, 1907.



Más adelante en mi recorrida por “en el bosque” de Jaduszliwer me detuve en un poema sobre el sueño, que me llevó a imaginar una jungla, como las que pintaba el aduanero Rousseau:



“Los árboles altísimos
cargan frutos extraños

un lobo quieto acecha
su pelambre reluce demasiado

la ficción se exacerba
soñamos desde abajo

dormimos sin descanso sobre la tierra viva”.




  Monos en el bosque de naranjos, 1910.


Después de cruzar una enramada, unas páginas más adelante, me encontré en pleno claro del bosque. Allí, rodeándolo, siguiendo el cerco de los árboles inclinados hacia el centro, noté que había otro poema, que particularmente me ha parecido hermoso. Relata un recuerdo donde la poeta junto a su pareja, miraban hacia arriba, observando las estrellas.



“Me acuerdo
algunas veces nos perdíamos en lo numeroso que habita el universo
mirando hacia la altura
girábamos las cabezas para abarcarlo todo
y ese silencio, así como separa y acerca las estrellas y en general todas
las cosas
ese silencio nos volvía pequeños, apenas discernibles

entonces el asombro, a pesar de las repeticiones que componen los días
una vez más nos salía al encuentro
era un recordatorio de que estábamos vivos

pero verás
sucede que desde que te llevaste la parte del león de lo que fue mi tiempo
sucede que estoy sola aunque ya no sepas
y eso me vuelve única en el conglomerado de lo desconocido

y ahora que he llegado a ser la extraordinaria
el único ejemplar sobreviviente de lejanas catástrofes
azorada persisto

el día se prolonga entre palabras que se irán olvidando”.



 

Una noche de carnaval,1886.



Al comienzo me hizo recordar una vez que fuimos con mis padres y mis hermanos a la rambla del Buceo, una noche. Nos sentamos en el pasto, en esas lomas artificiales que hay cerca de la calle Comercio y la rambla, a mirar las estrellas cuando de pronto, se cortó la luz en la ciudad.
“¡Un apagón!” gritamos.
“Ahora se van a ver más las estrellas”, dijo mi padre.
“Ahí está la Cruz del sur”, me señaló mi madre.
Era verdad, con la rambla a oscuras, apenas iluminada por las luces de los autos, se podían ver muchísimas estrellas.
“Esa es la Vía Láctea”, me dijeron ambos.
Era como un camino de estrellas de diferentes colores, azules, amarillas, naranjas y rojas.
Gracias al apagón en la ciudad, el cielo que veían los antiguos, antes de la electricidad, se hacía visible ante mis ojos. Mi entendimiento de niño de once años, en plena ebullición intelectual, se vio regocijado. Tanto, que ese es un recuerdo que en mi cerebro quedó marcado.

 

 Los flamencos, 1907.
 

Pienso que un recuerdo similar es el evocado en el poema de Raquel. Una noche junto a su esposo, observando la bóveda celeste. Imagino a Leonardo señalando dos nubecitas difusas como pelusas de algodón y explicando que eran las nubes de Magallanes, las galaxias satélites de la Vía Láctea.

Se me ocurre que ese poema es como un río con sus dos orillas. Raquel observa pasar el caudal de agua, desde esta orilla, la de los vivos, la del presente. Enfrente se encuentra la orilla de los recuerdos, la del pasado. Y esa constatación, indudablemente, genera tristeza.
En la orilla opuesta, al otro lado del río que fluye en la oscuridad, hay una pareja observando el firmamento. Tienen los cuellos tensos, casi doloridos, de estar tanto rato con las cabezas orientadas hacia el cielo. En lo alto, como en una pintura de Vang Gogh, los vientos hacen temblar la luz de las estrellas.
Ambos comparten la fascinación por la inmensidad del cosmos, y tras un rato en que ella lo escuchó con atención describir cada gigante roja, cada galaxia espiral, hicieron silencio.

“ese silencio nos volvía pequeños, apenas discernibles”.

Fue así que ese silencio dio paso al asombro, tal vez reconocido, en el tiempo:

“entonces el asombro, a pesar de las repeticiones que componen los días
una vez más nos salía al encuentro
era un recordatorio de que estábamos vivos”.

Desde la orilla de las suaves playitas de arena amarilla, intuye en la oscuridad a los cangrejos que se asoman fuera del agua, escucha a los insectos zumbar en el pajonal y recuerda y envía un mensaje a la otra orilla, de las barrancas, de las sombras.

“sucede que desde que te llevaste la parte del león de lo que fue mi tiempo
sucede que estoy sola aunque ya no lo sepas…”.

Eso, dice la poeta, la vuelve única. Y lo que antes fue el orden del nombre en el vasto universo, ahora es un “conglomerado de lo desconocido”.

Ahora que la luz de las estrellas no ilumina más sus frentes, es el tiempo de las sombras que, tras los árboles, más allá del borde de las barrancas, reclaman memoria.
Y toda la tarea recae en la poeta, que así lo entiende, a su pesar.

“…y ahora que he llegado a ser la extraordinaria
el único ejemplar sobreviviente de lejanas catástrofes
azorada persisto”.

Las palabras, todas ellas, como una noche de verano a orillas del río, se las llevará el olvido, termina diciendo el poema.

¿Qué decirle a la amiga? ¿Que rehúya al llamado de las sombras entre los árboles?

Pero ya es tarde. Raquel cruzó a nado el río nocturno, trepó con sus manos y pies la arenosa barranca y se internó en el bosque.
En la noche sin luna alguna, intuyó la altura de los árboles delgados, escuchó las voces, soñó consigo, con su hija y con su hijo, luego los liberó a ellos con sus versos. Tal vez más tarde, lloró en silencio.

Sin embargo, confío en su fortaleza. Sé que al poco tiempo cruzó el río, volviendo a esta orilla.


Conocido el camino, probadas sus fuerzas en la corriente nocturna, ha vuelto al bosque muchas veces, para regresar cada vez, justo antes del alba, siempre un poco más sabia:


“Estamos en la noche verdinegra
la vida prolifera bajo el reinado de lo vegetal
todo comienza aquí de su semilla
se excede por segundo

para nosotros, criados por los cuentos
el bosque no era más que una añorada ficción verde

ahora nos envuelve
nos confunde el follaje cuando lo atravesamos”.

R.J.




Daniel Veloso 26-03-2020

Durante el aislamiento por la pandemia del coronavirus.



 

 

Raquel Jaduszliwer nació en la ciudad de San Fernando, provincia de Buenos Aires, Argentina. Actualmente vive en la ciudad de Buenos Aires.


Es Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

Su obra poética editada incluye:

“Los panes y los peces” (Primer Premio de Poesía Editorial de los Cuatro Vientos, 2012).

“La noche con su lámpara” (Primer Premio de Poesía Fundación Victoria Ocampo, 2014).

“Persistencia de lo imposible” (Premio Edición de Poesía Ediciones Ruinas Circulares, 2015).

“Las razones del tiempo”; Ed. Lisboa; Buenos Aires; 2018.

“En el bosque”; Modesto Rimba; Buenos Aires; 2018.
 

"Ángel de la enunciación"; Barnacle; Buenos Aires; 2020.





 
 

 También ha participado de la antología de poesía “En los ojos de todos” (2º Premio en Poesía en el 5º Concurso Literario “Paco Urondo”, Villa María, Córdoba, 2015) y la “Antología de homenaje a Juan L. Ortiz” (Ediciones Bruma, Mendoza, 2015).

El volumen 20 de la Colección Poetas Argentinas de la Biblioteca de las Grandes Naciones, está conformado por su “Selección de poemas” (digital, México, 2015).



 





En prosa Raquel Jaduszliwer ha participado con un relato en la “Antología del cuento fantástico argentino contemporáneo” (Ediciones La Página y el diario “Página 12”, Buenos Aires, 2005), y ha obtenido Mención Única en el Premio Hydra de Ciencia Ficción y Fantasía por su novela inédita “En el palacio de aguas corrientes” (La Habana, Cuba, 2013).

En 2018 publicó su novela “La venganza del clan de las banderas de acero”; Modesto Rimba; Buenos Aires; 2018.



Aquí publico un enlace a una entrevista a Raquel Jaduszliwer, realizada por Rolando Revagliatti y publicada en el portal SurySur. De esta entrevista el lector puede obtener muchas claves para comprender algunos aspectos de la poesía de Raquel. Se las recomiendo.



Entrevista a Raquel Jaduszliwer, por Rolando Revagliatti.


La misma entrevista acompañada por un álbum fotográfico...










En el Taller de Jar se encuentra el índice de las notas publicadas en El País Cultural.




Gracias por leer.







miércoles, 18 de marzo de 2020

Ciencia en la ciudad








La anatomía íntima de una gran ciudad

El País Cultural 
15 de marzo de 2020


Daniel Veloso

Ya desde la antigüedad, Roma, con sus acueductos que traían el agua potable desde las tierras altas a la ciudad, con su cloaca máxima, o con su red de caminos que conducían a todos los confines del imperio, era el modelo de una urbe sofisticada y populosa. Pero esas obras de ingeniería no eran otra cosa que soluciones a los inmensos problemas que llegó a tener una ciudad con más de un millón de habitantes. Tendrían que pasar dos milenios para que otra urbe de occidente, la Londres del siglo XIX, volviera a tener tanta población como la antigua Roma.


Imagínese por un momento la confusión que generaría un embotellamiento de tránsito en las calles empedradas del centro de la Roma imperial, o en la Londres victoriana. Las ciudades actuales, y sobre todo las llamadas megaciudades, al igual que las de antaño, tienen problemas similares y cada vez más acuciantes como, por ejemplo, el tratamiento de las aguas residuales. Muchas de las posibles soluciones a esa variada gama de problemáticas son exploradas en el libro La ciencia y la ciudad de la divulgadora y científica irlandesa Laurie Winkless.

Al comienzo del libro, Winkless aborda a la ciudad desde sus infraestructuras más visibles, sus edificios, y en especial prestándole atención a los rascacielos y a las innovaciones en construcción que hacen posible esas alturas, para continuar con las redes que permiten que las ciudades sean habitables. Esas redes son el suministro eléctrico, de agua y de saneamiento. En ese mismo ítem se encuentran las redes viales y los sistemas que controlan el tránsito. También la autora se detendrá a explicar los últimos avances en la construcción de metros, puentes y carreteras, así como el futuro de los autos sin conductores. Luego será el turno de las redes de conexión inalámbricas y por fibra óptica, sin las cuales son inimaginables las ciudades actuales y las del futuro.






El libro de Winkless tiene un antecedente en la obra de Kate Ascher, The Works: anatomy of a city (2005, sin traducción al castellano). Libro que fue furor en su época, sobre todo por sus infografías e ilustraciones, que cubrían cada detalle de lo que compone una gran ciudad.
 

 


LUZ VERDE. Se puede pensar que los embotellamientos en una carretera pueden ser ocasionados porque se han acumulado demasiados autos luego de un fin de semana largo, porque se ha producido un accidente, o por un tramo en obras. Pero en su libro Winkless ofrece otra explicación que sorprende. Cita un experimento realizado en Japón en el que se le pidió a veinte conductores que manejaran a velocidad constante y a una distancia segura con respecto al coche que iba delante. Al poco tiempo algunos conductores quedaron atascados.

El porqué de este fenómeno, dice la divulgadora, es que “a la gente le cuesta mantener una velocidad constante”. Explica, en el ejemplo, que un conductor que ha viajado muy rápido, de pronto comprueba que llegará antes a su destino y entonces decide bajar la velocidad abruptamente. El conductor que viene detrás debe bajar la velocidad también, repitiendo hacia atrás el efecto en otros coches “hasta que el tráfico acaba condensándose y se detiene”. El conductor que redujo drásticamente su velocidad causa “una onda de choque” hacia atrás. Citando al autor del libro Traffic, Tom Vanderbilt, la divulgadora afirma que “no es que vayas hacia un embotellamiento, es el embotellamiento el que va hacia ti”.




Los semáforos son la solución para que no se produzcan los atascos; sin embargo, la mayoría de los semáforos están regulados por un temporizador, lo cual a veces no es suficiente para que el tránsito fluya. Winkless, citando a un matemático entrevistado por ella, explica que “la conmutación de semáforos es un problema matemático considerablemente complejo para el que no existe solución fácil ni práctica”. Por ello, en las últimas décadas se ha desarrollado el concepto de que el número de vehículos que pasan por un cruce sea lo que defina el tiempo de duración de la luz verde en un semáforo. De esa forma más vehículos consiguen circular y salir del atolladero.




 CNN
 

Para saber cuántos autos pasan por un cruce, explica, se colocan detectores bajo la calle. Gracias a esa información se puede ajustar “el patrón de conmutación del semáforo”, aumentando el tiempo de la luz verde.Londres, por ejemplo, posee seis mil semáforos. Para escribir el capítulo sobre el tránsito visitó el centro de control de esa ciudad. Allí le explicaron que utilizan un programa informático llamado Scoot (Split Cycle Offset Optimisation Technique), que usa la información que le transmiten los sensores para buscar la manera de controlar el tiempo de los semáforos y agilizar el tránsito. Lo fundamental es que el sistema realiza estos cambios en tiempo real, adaptándose al flujo de vehículos. Hasta la fecha Scoot se usa en Dubai, Ciudad del Cabo, Beijing, Santiago de Chile y Minnéapolis.




Scoot también utiliza la información de las cámaras de tránsito y la suministrada por los GPS de los ómnibus para calcular la aglomeración de vehículos. Además, controla el tránsito de ciclistas y peatones: “en el Londres del futuro habrá más gente usando las aceras y las ciclovías que nunca”, dice un experto. La autora asegura que este sistema “ha reducido los retrasos asociados al tránsito un 12% durante la última década”. Aunque el número de autos aumenta en las ciudades, lo importante, dice, es que el tránsito circule. Vale imaginar un futuro donde habrá una mayoría de coches sin conductor, el tránsito será más autónomo y sin señalización ni semáforos. También, a mediano plazo, en unos veinte años, “serán pocas las ciudades capaces de realizar cambios radicales en sus redes de carreteras, porque habrá vehículos de distintos tipos coexistiendo en ellas”.
 


Laurie Winkless en la construcción del proyecto Crossrail.
  

MÁS ALTO. Laurie Winkless, irlandesa de treinta y seis años, estudió para ser astrofísica y trabajó en el equipo de materiales del Laboratorio Nacional de Física del University College de Londres. Allí obtuvo mucho del conocimiento y la experiencia que luego volcaría en su libro. En él trató de incluir todo lo que se precisa saber para comprender cómo funciona una ciudad. Para ello investigó y trabajó mucho. Entrevistó a varios especialistas en cada rubro: ingenieros, empresarios, arquitectos y técnicos.También pudo visitar grandes obras en construcción como el proyecto Crossrail, una línea ferroviaria rápida que pasará por debajo de Londres de este a oeste y que después de muchos retrasos estará operativa en 2021.
 

Crossrail (Foto: Manuel Vázquez)


El esfuerzo tuvo resultados ya que el libro fue un éxito de ventas, obteniendo buenas reseñas en muchos periódicos en todo el mundo. Hoy día la autora ha tenido que abandonar la ciencia, con algo de pesar, para convertirse a tiempo completo en escritora y divulgadora de la ciencia. Tarea que le apasiona y en la que emplea una receta sencilla: utilizar el lenguaje cotidiano para comunicarse con sus lectores. Busca que el ciudadano se interese en lo que ocurre con su ciudad y se involucre en el debate para mejorarla. Se plantea preguntas y luego busca las respuestas, pero siempre manteniendo un buen grado de escepticismo con la información recolectada.
Luego de recibirse como física en Irlanda, Winkless vivió en Londres durante 11 años. Quedó enamorada de la megaciudad. Quizá por ello eligió comenzar su libro hablando de los rascacielos. Habla en ese capítulo “de los materiales empleados, así como del equipamiento y las técnicas de construcción que harán que el rascacielos se mantenga en pie”.


 Burj Khalifa (Foto KLM)
 

Para informarse de primera mano consiguió entrevistar a William Baker, el ingeniero jefe del Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, de 163 pisos y 828 metros, construido en Dubai. Para el esqueleto “usaron cemento desde la planta baja hasta el piso 156 y acero a partir de allí”. William Baker le dijo que cuando lo diseñaron trataron de que el rascacielos fuera “lo más rígido posible”. Para esto diseñaron una estructura de cemento armado en forma de trípode, con un núcleo hexagonal de once metros de ancho. “Es la única parte del edificio que tiene un tamaño y una forma constante desde la planta baja hasta la punta del edificio”, funcionando como un “eje rígido”.
Inspirándose en las catedrales góticas, Baker diseñó tres alas que se unen en el núcleo hexagonal. Luego, unas paredes transversales en las tres alas emulan los puntales que sostienen los muros de las catedrales. Así le dan “mayor resistencia y evitan la torsión del edificio”, explicó el ingeniero. Baker le aseguró que con esta estructura el edifico podría haber “superado el kilómetro de altura”, pero tuvieron limitaciones económicas.

   



 
CUIDAR EL AGUA. En las últimas décadas el éxodo de los habitantes de las áreas rurales a las grandes ciudades se ha intensificado, agravando los problemas. Por ejemplo, lograr que todas las personas tengan acceso al agua potable, o que las redes de saneamiento acompañen el crecimiento de la población es indispensable para no caer en los grandes desastres sanitarios que asolaron a las ciudades en el pasado.
Winkless lo sabe, y por ello el capítulo que trata sobre el uso del agua es uno de los más importantes del libro. Ofrece varios ejemplos sobre gestiones que hicieron algunas ciudades y que terminaron generando más problemas. Uno de estos casos ocurrió en Chicago a mediados del siglo XIX. La ciudad vertía las aguas cloacales al lago Michigan, de donde también obtenía el agua potable. Como resultado de la contaminación del lago “se estima que 90 mil residentes murieron en un período de cincuenta años”. Entonces a comienzos de 1900, mediante exclusas, obligaron al río Chicago -donde se vertían las aguas servidas- a que fluyera hacia atrás, impidiendo que desaguara en el lago. Luego construyeron canales y plantas de tratamiento de aguas residuales. Pero, al enviar las aguas contaminadas curso abajo, llegando hasta el río Mississippi, terminaron afectando a otras poblaciones. También ocasionaron inundaciones río abajo. Con este ejemplo, Winkless quiere reforzar la idea de que “la gestión del agua y residuos es algo increíblemente complicado”.


 

   Lee Tunnel (Zaun Fencing Ltd, Steel Drive, Wolverhampton)
 

Entrevistó a un ingeniero veterano que trabajó en la construcción del Lee Tunnel, “la última súper cloaca de Londres”. Él le dijo que es indispensable “tener en cuenta la inclinación o gradiente de la ruta” que se va a elegir para la construcción de una cloaca, ya que las aguas residuales no se bombean sino que fluyen. No es un dato menor. Si se cometiera un error se estaría ante un gran inconveniente: “las alcantarillas de Londres gestionan 1.250 millones de kilos de caca por año”, advierte Winkless.
Hay dos tipos de aguas residuales, las llamadas aguas grises y las aguas negras. Las primeras son las que contienen detergentes y otros productos de limpieza, y las segundas acarrean orina y heces, además de papel. La diferencia es que la segunda contiene muchas bacterias y otros patógenos. Pero ambas pueden reutilizarse. En ciudades de Suecia, Estados Unidos (en California), España, Alemania e Israel se reutilizan. Pero no muchas más. Este es un asunto serio, porque se desperdicia mucha agua potable. Van algunas cifras: según la Organización Mundial de la Salud, 630 millones de personas no tienen acceso a agua potable, número que dobla el de la población de EE.UU., y según la ONU, en 2014, 2.500 millones de personas no tenían saneamiento. Estos datos confirman lo sabido: que el agua dulce es un bien escaso y que es indispensable su uso racional para que una ciudad pueda subsistir. 




 
La mayor parte de las ciudades obtienen su agua de ríos, lagos y embalses, pero muchas otras de acuíferos, “vastas áreas de roca (normalmente piedra arenisca), que acumulan las aguas freáticas”. La roca que contienen los acuíferos filtra el agua de lluvia, purificándola. Es la fuente de la mayor parte del agua embotellada del mundo y, por supuesto, es un gran negocio. La autora cuenta que en 2014 sólo en EE.UU. se consumieron cincuenta mil millones de litros. El científico Peter Gleick, autor del libro Bottled and sold (Embotellada y vendida), descubrió que “al menos dos gigantes de las bebidas de Estados Unidos sacaban su agua de fuentes municipales, es decir, la misma que sale de nuestras canillas”. Winkless bromea que debe recordar este dato para cuando alguien le diga que el agua embotellada tiene mejor sabor.

CIENCIA EN LA CIUDAD, de Laurie Winkless. Editorial Biblioteca Nueva, 2018. Madrid, 338 págs.









En el Taller de Jar se encuentra el índice de las notas publicadas en El País Cultural.




Gracias por leer.