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sábado, 17 de marzo de 2018

Crónica de un viaje a España (IV)




4ª parte.


Cuando el taxi tomó la Gran Vía respiré aliviado. El taxista no estaba dando un rodeo. Al contrario, hizo el camino más directo. Lo que ocurría era que no había podido orientarme en Madrid. Tal vez era porque en el hemisferio norte el sol hace su movimiento aparente por el cielo hacia el sur. Es decir, en Montevideo si miro al norte, veo salir al sol a mi derecha y ocultarse a mi izquierda. En el hemisferio norte es al revés: en Madrid tengo que mirar al sur para ver el tránsito del sol, y lo veo salir a mi izquierda y ocultarse a mi derecha. Creo que eso hacía que me confundiera todo el tiempo. Por esa razón pensé que el taxi iba en la dirección contraria. Me pasaba cuando salía del hostal y empezaba a caminar por San Bernardo. Siempre confundía el este con el oeste. Pero algo que sabía por haber visto el mapa era que para llegar a la estación de trenes de Chamartín yo tenía que ir por el Paseo de la Castellana y hacia allí se dirigía el taxi.
-¿De dónde es usted?- le pregunté al conductor. Una vez más aparecía el antropólogo que hay en mí.
El taxista sin reparos me dijo que era de Ecuador.
-Es grande la comunidad ecuatoriana en España- le dije, un poco preguntando.
-Más o menos, se ha ido mucha gente después de la crisis.
-Me acuerdo de haber visto un partido amistoso entre España y Ecuador en el Vicente Calderón, en el que las tribunas estaban llenas de hinchas con camisetas amarillas. Eso me llamó la atención.
El taxista recordaba bien ese partido en la cancha del Atlético de Madrid.
-Yo fui a ese partido. Fue en 2003- contestó. –Pero de toda esa cantidad de gente ahora queda la mitad-. Él había decidido quedarse. Tenía un hijo español y quizá esa era la principal razón. Quizá también el desarraigo. Siempre pienso que aquel que no le ha ido bien en su país no quiere regresar, por más difícil que sea la vida como inmigrante. También el lugar que uno dejó atrás ya no es el mismo. Recuerdo haber leído un texto del escritor Juan Carlos Onetti en el que daba ese argumento para no regresar a Montevideo después de haber vivido muchos años en el extranjero.



Copyright ®  Daniel Veloso Mozzo 2017

Giramos alrededor de la rotonda con la estatua de la Cibeles y tomamos el Paseo de la Castellana hacia el barrio de Chamartín. Eran las nueve de la mañana pero el sol caía a pleno sobre la calle. Las veredas aparecían despobladas de gente a ambos lados de la ancha avenida. Autos nuevos, de grandes luces traseras nos pasaban. El taxista, callado, manejaba a su ritmo. Yo iba con mi matera entre los pies, como si fuera en un taxi montevideano, mirando por la ventana. El viaje iba saliendo de acuerdo a lo planeado. Ahora había que encontrar el hotel dentro de la estación.
Para calmar la ansiedad saqué el tema del fútbol. El taxista no era hincha de ningún cuadro en España. Le parecía obsceno lo que ganaban los jugadores de los grandes equipos.
-Ustedes tienen a ese jugador…- me dijo sin mirarme. Sabía que se refería a Luis Suárez.
-Sí, Suárez, el que juega en el Barcelona.
-Es bueno ese.
Asentí con la cabeza, pero no esquivé el tema de lo mucho que ganan jugadores como Suárez por muy buenos que sean. Dije que estaría bueno que se distribuyera algo de ese dinero entre esa enorme mayoría de jugadores de las ligas menores que ganan muy poco. Le comenté que incluso muchos tienen que trabajar primero e ir a entrenar después, algo que es común en Uruguay.
Lo curioso es que más o menos al mismo tiempo que hablaba de esto, el taxi debió de haber pasado a un lado del Santiago Bernabeu, el estadio del hegemónico Real Madrid. Me había fijado en el mapa sobre su ubicación, pero no estaba en mis planes visitarlo. Tal vez porque el taxista no era afín al fútbol no me dijo: “mira, allí está el Bernabeu”, que además estaba de mi lado. Fue una lástima, quizá. Le habría contado que allí el mítico Peñarol de 1966 le había ganado al Madrid la final de la Copa Intercontinental 2 a 0, con goles de Juan Joya, veloz puntero izquierdo peruano y de Alberto Spencer, gran goleador ecuatoriano. Este último mantiene el récord de “máximo artillero en la historia de la Copa Libertadores” con 54 goles. Una vez en el Teatro Solís lo vimos con mi padre y nos acercamos a estrecharle la mano.



2 a 0. Gol de Spencer.

El taxi pasó por un túnel que se hundía en la profundidad de la tierra y luego, más adelante, al salir a la luz, dobló a la izquierda y allí estaba la estación, aunque parecía el estacionamiento de un centro comercial.
-¿Es acá?- pregunté. -¿Dónde está el hotel?
-No sé. Hay varios en Chamartín. Pregunte mejor a esos trabajadores
Me asomé por la ventanilla y pregunté a unos hombres que estaban por tomar un ascensor de servicio.
-Allá hay uno- me dijeron parcos, señalando al otro lado de la calle.
Le pagué al taxista y me despedí deseándole suerte. Saqué las valijas del baúl y crucé el estacionamiento. Temía no encontrar a tiempo al grupo que tomaría el Tren Negro. Además no tenía ningún teléfono de los organizadores.
Vi una entrada con puertas corredizas e intuí que era del hotel. Me mandé por la puerta y entré en un hall. Había un grupo muy risueño sentado en unos sillones frente a los ascensores.
-¿Son de la Semana Negra de Gijón?
Un par de ellos lanzaron una risotada. Fruncí el ceño y seguí mi camino sin quedarme a escuchar sus comentarios. Tomé el ascensor hasta el lobby en el primer piso y allí estaban, inconfundibles, los amantes de la novela policial.
Dejé las valijas junto a una mesa y me acerqué a saludar. Un matrimonio madrileño me invitó a sentarme con ellos. Acepté con gusto. Saqué el mate y el termo y los coloqué sobre la mesa. El hombre me miró con extrañeza. Sabía yo que aquel era un gesto exótico, pero apenas había tomado un par de mates en el hotel y el agua se enfriaba. Además de que el mate me ayudaría a despabilarme.



Como pasa a menudo, en un viaje uno ve rostros que le recuerdan a amigos o a compañeros de trabajo. Entonces, dependiendo de si el rostro de quien tienes delante te hace acordar a alguien con el que te llevas bien, tratarás a ese extraño con simpatía, lo que quizá puede ser peligroso. En cambio si el extraño te hace acordar a algún jefe autoritario que tuviste en un pasado, reaccionarás con antipatía, lo que también puede ser un error. No te agradará su rostro, pero justo es la persona que podría ayudarte y tú poniéndole cara de pocos amigos.
Con el hombre que tenía enfrente me ocurría algo parecido al primer ejemplo. Me hacía acordar vagamente a alguien conocido, con su cabeza bastante grande, su cara con barba de quince días y su remera negra con un logo relacionado con la novela negra. Me explicó mi compañero de mesa que Ángel de la Calle, el organizador, los había invitado a él y a su compañera en el Tren Negro, oportunidad que no habían dejado pasar. Conversamos un poco sobre libros, más bien de ciencia ficción, género que conozco un poco más, ya que hacía años que no leía novelas policiales.
Un hombre joven, también con una remera negra, tal era el color oficial al parecer, vio el mate y se me acercó sonriendo.
-¿Me convidás con un mate?
-Cómo no. ¿De dónde sos?
-De Argentina.
Claro, pensé, es Iñaqui Echeverría, el dibujante argentino que tengo que presentar en la Semana Negra. Le alcancé un mate y nos presentamos.



De Iñaki sabía que dibujaba y guionaba una tira cómica: “La vida de un padre abrumado”, donde cuenta las dificultades de criar a dos niñas pequeñas. Había encontrado algunas de las tiras en Internet y me habían parecido divertidos los diálogos entre el padre agotado y sin afeitar, y la niña y la bebé, siempre inquietas y ocurrentes. Iñaqui venía a la Semana Negra a presentar el libro que recopilaba estas tiras, pero también a participar de una muestra de dibujos, en los que se denunciaba el maltrato a las mujeres víctimas de la prostitución y de la trata de personas.
De pronto entre un grupito que charlaba vi a Ángel de la Calle. Me vio y levantó la mano para saludarme. Me levanté y fui hasta donde estaba él. Ángel me recibió con su habitual sonrisa. Le dije que estaba “igualito” a la última vez que lo vi en Montevideo Cómic, en 2008, con su pelo canoso y su sonrisa siempre presente. Aquel año Ángel estaba presentando una novela gráfica sobre la vida de la fotógrafa italiana Tina Modotti. En esa oportunidad entrevisté a Ángel (que puede leerse en esta página de El taller de Jar). En 2017 Ángel de la Calle había vuelto a publicar otra novela gráfica, "Pinturas de guerra", que trata sobre las desventuras de unos pintores latinoamericanos que sufrieron en carne propia la represión, la tortura y el exilio, por parte de las dictaduras cívico-militares que asolaron América Latina durante los años setentas.




Como Ángel estaba ocupado arreglando los últimos detalles antes de que el grupo de escritores y periodistas subiera al tren, me acerqué a saludar al escritor mexicano Fritz Glockner que también debía presentar en Gijón junto a los escritores argentinos. Fritz hace años que es un visitante asiduo de la Semana Negra, además de que en ella tiene un puesto de venta de libros que trae de México.
Fritz me dijo que se iba a fumar un cigarrillo y lo acompañé afuera, a un espacio al aire libre, grande como una cancha de fútbol sala, que lindaba con el hotel. El cielo estaba algo nublado, con un brillo implacable que me hacía entrecerrar los ojos. El escritor se apoyó a un macetón con plantas y se prendió un cigarrillo. Representaba los años setenta y a mucha honra, con su bigotes y su pelo largo atado en coleta. Su padre había sido parte de la guerrilla mexicana, poco conocida en América Latina. Fritz escribió el libro "Memoria roja", editado en 2007, para dar a conocer ese movimiento guerrillero.




Fritz me preguntó sobre la política en Uruguay y sobre los tupamaros, movimiento que conocía. Entonces, me acordé de algo que justo me había enterado antes de emprender el viaje, y por eso lo tenía presente en la memoria. Le conté al escritor mexicano que unas semanas atrás yo había estado en Montevideo en una charla en la fundación Vivian Trías, de la que participó Carlos Demasi, un historiador uruguayo. Demasi estudia la historia reciente de Uruguay, que comprende el período que va de los años sesenta hasta la actualidad. Después de la charla, al llegar a casa me puse a buscar en Internet información sobre los libros que escribió Demasi y me topé con una polémica en la que había estado envuelto en 2006. El historiador se encontraba dictando un curso de historia para profesores en el departamento de Salto, cuando durante la clase, este se preguntó qué había sido primero, si la guerrilla o la represión por parte del Estado. Lo que dijo en esa clase se convirtió en material para una nota de un semanario de Montevideo y allí comenzó el lío, cuando un político sintió que su partido había sido aludido y pidió a través de la prensa la destitución del historiador de su cargo de profesor. Porque en esos años, a comienzos de la década del sesenta, a los que se refería Demasi como el período en que se inició la represión desde el Estado, antecediendo al movimiento guerrillero, el partido de aquel político estaba en el gobierno.

Fundación Vivian Trías.

En una entrevista que le hicieron en una radio aquel mismo año (El Espectador, 29/8/2006)*, el historiador reafirmaba su opinión “de que la represión fue primero; la represión sobre movimientos sindicales y estudiantiles en la década de los sesenta es anterior a la emergencia de la guerrilla como fenómeno político”.
Fritz Glockner me miraba atónito cuando le contaba sobre Carlos Demasi y del cuestionamiento que hacía este del surgimiento temprano de los tupamaros a principio de los sesentas. Le conté que en aquella entrevista Demasi insistía en que aunque los ex miembros del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) fechaban el surgimiento como temprano, como “actor político” la guerrilla no apareció “hasta que las medidas prontas de seguridad ya están implantadas, en 1968”. Es decir, antes de ese año existía una guerrilla “que nunca actúa o que actúa sólo ocasionalmente y que hace movimientos tan irrelevantes que la policía la maneja como una banda de delincuentes más…”, había afirmado el historiador. Sólo cuando el MLN irrumpe en el escenario como actor político es relevante para la historia ya que “aparece en el campo de la política como un agente más”, explicó Demasi en aquel programa de radio del año 2006.
No sé si decir “pobre Fritz”, porque sin duda que no se esperaba encontrarse con aquel pesado, que venía con aquellos cuentos a desmitificar a los célebres guerrilleros uruguayos.



Foto de Álex Zapico, de la publicación de la Semana Negra, "A quemarropa".


Por suerte para Fritz Glockner apareció Ángel de la Calle llamando a los escritores para que se juntaran para sacarles una foto. Los organizadores desplegaron un cartel de la Semana Negra en el suelo e invitaron a todos a colocarse detrás. Como el cartel había estado enrollado tendía a doblarse hacia dentro en las puntas. Ángel le puso un pie encima y yo tomé el mate y lo puse en un extremo, y sonreí. Así salgo en la foto, sonriendo, y también sale mi mate. Sonreí porque lo había logrado. Un camino que había iniciado en 2008 cuando Ángel de la Calle me invitó a la Semana Negra y luego, tras el intento frustrado de 2011, allí estaba por abordar el Tren Negro, tantas veces imaginado por mí.


Copyright ®  Daniel Veloso Mozzo 2018




En la imagen aparecen, de izquierda a derecha, de pie: Inma Luna, Ignacio del Valle, Leandro Pérez, Lorenzo Silva y Fritz Glockner. Sentados, Juan Madrid, Soffy Hénaff y Ángel de la Calle.

Uno de los fotógrafos llamó la atención a los escritores y los invitó a que lo siguieran hasta una pared gris que recibía más luz. Puso tres sillas e invitó a algunos escritores a tomar asiento. Detrás colocó a cuatro escritores más. Luego le dio a cada uno una hoja en blanco. El fotógrafo se alejó y solicitó a los escritores que levantaran las hojas y las mostraran. Pidió una sonrisa y disparó un par de veces con su cámara. Finalmente les dijo que soltaran las hojas y que las arrojaran al aire. Los demás compañeros del grupo sonreían y sacaban fotos con sus teléfonos.



De izquierda a derecha: Octavio Colis, Juan Carlos Galindo, Lorena Nosti, Fernando López, Lucio Iudicello, Daniel Mordzinski, Ricardo Vigueras, Elpidia García y Adela Mac Swiney.


Copyright ®  Daniel Veloso Mozzo 2017

Yo había ido medio regalado a la Semana Negra, preocupado más por concretar el viaje en sí. Había visto la lista de participantes de la edición 2017 pero reconocí pocos apellidos. Apenas el de los dibujantes argentinos José Muñóz y Enrique Breccia, a los que había decidido entrevistar. No conocer al resto de los autores que iban a participar de la semana hizo que se me escaparan muchas cosas.
Por ejemplo el fotógrafo que sacó la foto de los escritores contra el fondo gris, es el argentino Daniel Mordzinski, corresponsal del diario El País de España. De hecho la foto que sacó salió al otro día en el matutino español. Buscando información sobre Mordzinski encontré que en los medios lo llaman “el fotógrafo de los escritores”. Le ha sacado fotografías a José Luis Borges, a Julio Cortázar, a Ernesto Sábato, a Adolfo Bioy Casares, a Mario Benedetti, a Umberto Eco, a Octavio Paz, a Gabriel García Márquez y a muchos más. A la Semana Negra ha ido varias veces como fotógrafo, pero me parece que también por placer. Siempre lo vi sonriente y distendido, compartiendo con camaradería los almuerzos con periodistas y escritores.




Copyright ®  Daniel Veloso Mozzo 2017


Álex Zapico. "A quemarropa".

Ángel de la Calle volvió a llamar la atención del grupo y dijo que debíamos ir ya al andén. Volví al recibidor del hotel y tomé mis dos valijas. Ahí descubrí una vez más la ventaja de que tuvieran rueditas, porque el andén quedaba lejos. Tuvimos que atravesar un corredor, bajar por unas escaleras mecánicas y volver a tomar otro corredor con comercios y oficinas de agencias de viaje para por fin, llegar a los andenes. Estos estaban techados y se intercalaban con las vías, donde unos trenes largos y aerodinámicos y no tan nuevos como esperaba, aguardaban a los pasajeros. Hacía calor bajo los techos traslúcidos y la troupe de escritores se movía con dificultad arrastrando su equipaje.
Carlos Salem y Fernando López, dos escritores argentinos que se habían rezagado, llegaron corriendo por el andén llevando detrás sus valijas con ruedas. Venían riendo. Mordzinski no dudó y los fotografió en pleno vuelo.


Foto de Daniel Mordzinski, tomada de la edición en papel del diario El País de Madrid del 8 de julio de 2017.

Cuando el grupo se detuvo y me había apartado un momento para observar la gran extensión de la estación de Chamartín, apareció nuestro Tren Negro, aunque era gris metalizado. Hicimos cola y subimos al tren. Puse como pude mi valijota en un compartimiento cerca de la puerta y fui hasta el fondo del vagón. Hace años, me explicaron, el tren era todo para los escritores, pero ahora apenas le concedían un vagón. De igual manera y a pesar de las crisis económicas, el Tren Negro seguía rodando, llevando como cada año a través de los campos yermos y sedientos de la meseta castellana, a un nuevo grupo de escritores hacia la coqueta Gijón y a su incómoda Semana Negra.




Escrito en Montevideo entre el 4 de enero y el 17 de marzo de 2018.

(Sobre el viernes 7 de julio de 2017).


* El enlace a la entrevista está caído. Pero tengo la transcripción, tal como la publicó El Espectador, pasada a pdf. Si la necesitan me la piden que con gusto se las enviaré.




 

 

Ver la Crónica del viaje a España - julio de 2017 - Libretas - Asturias

 

Ver la Crónica del viaje a España - julio de 2017 - Libretas - Barcelona

 

Crónica del viaje a España - julio de 2017 - Libretas -  Tarragona - Barcelona


Crónica del viaje a España - julio de 2017 - Libretas -  Cadaqués - Barcelona






En El taller de Jar se encuentran las notas
 publicadas en El País Cultural, además de un índice.


Gracias por leer.
 


Texto y fotografías: Copyright ®  Daniel Veloso Mozzo 2017 - 2021





Si se desea utilizar este material con fines educativos o de divulgación por favor primero comunicarse conmigo a través del correo hiperjar3@gmail.com
Gracias. (11/04/2021)







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