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sábado, 3 de noviembre de 2018

30 años de poesía






Sobre la publicación de mi primer libro de poesía, El aljibe y otros poemas de amor y desamor.



Sentado a mi mesa de pino escribo sobre el tiempo que pasó, tratando de darle un sentido nuevo.
Pongo un disco de vinilo en el tocadiscos. Es el Passion de Peter Gabriel. Es de 1989, año en que empecé a escribir poesía. Siempre busco música que me ayude a escribir.
Ese año estaba cursando sexto de liceo, opción medicina. A esa altura la base de matemáticas que traía de la escuela y de los primeros años de liceo empezaba a no ser suficiente y como un bote comencé a hacer agua.
Ya el año anterior no había podido salvar los exámenes de física, química y matemáticas de quinto. Así que ese año la situación era angustiante. ¿Cómo poder entender esas asignaturas de sexto si no había conseguido entender las de quinto?
Como en muchas cosas, el azar interviene. Si no me hubiera equivocado en los exámenes de quinto de matemáticas y química, errores tontos por cierto que cometí en los escritos, la historia hubiera sido diferente.
Porque fue en una clase de matemáticas donde escribí mi primer poema. Apenas era 15 de mayo y ya no entendía nada. Era la última clase del turno vespertino y afuera, tras la ventana del salón, la penumbra se enseñoreaba de la tarde. Imagino que intentaba mirar hacia afuera, pero donde estaba la cancha de fútbol de tierra seca, nada se veía. Sólo vería mi rostro reflejado en el vidrio.
Entonces tomé el cuaderno y en la última página comencé a escribir:

Como un barco en la tormenta
vapuleado por las olas
aquí estoy, solo.
Tomo coraje,
los mástiles henchidos de gloria
el crujir de las maderas
el silbido del viento.
Estoy solo, solo.
Nada más, sólo el mar.
El viento amaina, 
mi timón obedece.
Es en estos momentos
en que quisiera llorar
es en estos momentos en que sé que estoy solo
que soy sobreviviente a la tormenta.
El cielo nocturno se abre, 
una pequeña estrella amarilla titila tímidamente.
No sé dónde estoy.
Sólo veo en este mar oscuro
una estrella.
En mi soledad, decido.
Aunque me lleve al fin del mundo
la seguiré.
Como un barco que busca la tierra.


Así empecé. Antes de eso escribir había sido algo raro. Las primeras experiencias fueron con las redacciones escolares, donde aprendí a dar rienda suelta a mis fantasías. También en mi casa, en esas tardes largas y nubladas, llegué a escribir algún texto sobre un súper héroe que llegaba a mi escuela y le daba una lección a un compañerito abusón que me hacía la vida imposible.
Más adelante, a los catorce años volví a escribir, pero esta vez se trataban de textos pseudo ecologistas y claro, algo poéticos.
Uno de ellos se lo llevó mi padre al trabajo, lo pasó en una computadora y lo imprimió para mostrárselo a todos los compañeros de oficina. Esa fue la primera vez que tuve lectores.

Con aquel poema que escribí en la clase de matemáticas, Elegía, me di cuenta de que escribir poemas era algo sensacional y luego de aquel primer intento empecé a probar con otros temas. A veces buscaba imágenes en las enciclopedias, generalmente fotos de pinturas de arte moderno que servían de disparadores.
Al poco tiempo ya conseguí mi primera musa. Una compañera de liceo que me gustaba mucho y que un poco me histeriqueaba. Y bueno, como yo estaba en el papel del poeta romántico y sin saberlo algo maldito, tampoco concretaba. A aquella primera musa le puse Salvatierra; el título de una pintura abstracta que había visto en un libro.
Algo que hice desde el comienzo fue ponerles fecha a los poemas y luego numerarlos. Con los meses los poemas comenzaron a aumentar en número.
Hasta que, en algún momento, que no recuerdo, se me ocurrió pasarlos en limpio a un cuaderno nuevo, y como a mí nunca me quedó cómoda la letra cursiva los escribía en mayúsculas. Eso sí, con tildes.





Cuaderno nº 2



Entonces llevaba ese cuaderno a todas partes en mi mochila y cuando se daba la oportunidad les leía poemas a mis amigos.
Al año siguiente me invitaron a leer al viejo boliche Amarcord de la calle Yaguarón. Y también, invitado por un poeta amigo, Lucio Clavijo, me fui, con apenas diecinueve años en uno de los últimos ómnibus de la compañía ONDA a leer poesía a la ciudad de Melo. Allí conocí a otra poeta amiga, Laura Martínez Coronel. Pero ese viaje esa es otra historia que ya contaré otro día.
Por ese tiempo conocí a una linda chica en Bellas Artes, quien sería mi novia, y que por suerte todavía sigue siendo una gran amiga, y tras la ruptura con ella, escribí una serie de poemas tristes y melancólicos, aunque muy bonitos, que pueblan un par de cuadernos.
Más adelante entré a estudiar periodismo en la UTU y allí conocí a otros grandes amigos, como son Pablo Alfano y Alicia Cuello.
En la UTU viví otro cisma. Porque mis profesores insistían en que no escribiera los textos periodísticos en verso. En serio. No es que escribiera en verso, pero usaba frases cortas de significados poco directos, cuando en periodismo lo que importa es ir al grano y la economía del espacio. Más en aquella época que se armaban los diarios “en frío”. Aún faltaban unos años para la popularización de las computadoras y los programas de edición.
Así que gracias a mis profesores volví a la prosa, que había abandonado a mis dieciocho años, después de mi intento de convertirme en escritor de ciencia ficción. Aquello fue toda una transición.
Entonces en aquel 1993 escribí notas sobre historietas y ciencia ficción y también entrevistas. Entrevisté por ejemplo a los músicos Eduardo Darnauchans y Tabaré Rivero. La primera la pude escribir recién en 2012 y la segunda está inédita. Luego, (allá por el año 2001), volví al enciclopedismo que me formó de niño con notas de divulgación científica como cambio climático, los océanos o sobre planetas extrasolares.






Cuaderno nº 8


Mientras, los poemas escritos comenzaron a llegar al número quinientos. Cuando llegué a ese puntó, quebré. No podía numerarlos más. El peso era enorme y dejé de hacerlo y me sentí aliviado.
Pronto llegó el verano de 1994 y comenzó otra nueva danza de acontecimientos que cambiarían mi vida y también mi poesía.
Fui con unos amigos hasta el balneario Cassino en Río Grande do Sul, en el vecino Brasil, de donde me traje varios poemas y el disco de Legião Urbana, O descobrimento do Brasil. Todo un augurio.
Ese mismo verano, al regreso, viví con mi hermano un mes en el balneario Salinas, en la Costa de Oro. Allí escribí lindos poemas y conocí amigas entrañables. En ese marzo me iba a la playa desierta, a andar por la orilla en bicicleta y sin usar las manos, escuchando Midnight Oil con un viejo walkman.
Ya en abril comenzaría la licenciatura de Ciencias de la Comunicación y otra vez el golpe de encontrarme con un nuevo paradigma, que haría que me alejara de la Escuela de Bellas Artes. Esa primavera, además, haría un viaje con los compañeros de facultad a Porto Alegre, donde entrevistaría a los dibujantes Santiago y Edgard Vasques. También allí conocería a una joven que sería mi novia por un par de semanas. Eso implicó regresar a la ciudad brasileña dos veces más, en octubre y en diciembre de ese año. Otra bonita historia que contaré, tal vez, algún día.






Pasaron los años de la década de los noventa y los poemas empezaron a distanciarse entre sí. Sentía que empezaba a repetir símbolos y temas: el mar, la playa, la plaza, la bailarina…
En 1997 por fin pude conseguir un trabajo estable, como cartero en Correo Uruguayo, gracias a que mi viejo me había anotado en una bolsa de trabajo de unas cooperativas de vivienda.
Con los pocos pesos que ganaba como becario, en ese primer año como cartero me fui de vacaciones, solo, a La Pedrera. Y lo más importante, retomé el contacto con mis primos. Con uno de ellos, Fernando, me iría de vacaciones de turismo al cerro Arequita. Allí conocería a una muchacha, con la que estaría en pareja por doce largos años. Al comienzo de ese período me dejé la barba, porque ya era un hombre hecho y derecho, claro está.
En esos años duros, de crisis económica, como el de 2002, con mi compañera la peleamos como todo laburante y los poemas casi desaparecieron. Además, ya hacía años que no escribía más en cuadernos. El último es el número nueve, que tiene poemas hasta antes de entrar a facultad, en 1994. Así que a partir de ese año los poemas comenzaron a estar sueltos en hojas y libretas. En 2015 los reuní a todos estos poemas dispersos y formé el cuaderno once, que es muy bonito y raro también.






Pero durante mediados de la década del 2000 me empezó a picar el haber ocultado esa faceta mía. Ya no era poeta y sí periodista, pero notaba que pasaban cosas importantes en mi vida y no aparecerían canalizadas como poemas.
Es en ese contexto que surge la metáfora del aljibe que da nombre al poemario El aljibe y otros poemas de amor y desamor. Aquel que un día se había secado, ahora no paraba de manar. Fue en 2006, sentado en el piso de madera de mi cuarto de la calle Comercio, donde escribí de un tirón Un augurio, y los poemas que le siguen, entre los que está El aljibe.
De a poco empecé a escribir más seguido, aunque todavía con largas interrupciones. Por ejemplo, vuelvo a escribir en el verano de 2007, en unas vacaciones en el balneario Araminda, que con mi familia vimos el espectacular cometa de aquel año.
Luego aquella relación concluyó. Siempre son muy tristes esos momentos. Me mudé solo a Ciudad Vieja, con Negro, mi gato que ahora tiene catorce años. Allí encontré a Blanco, otro increíble personaje felino, que murió hace poco, en marzo de 2018.
De Ciudad Vieja me mudaría con estos dos amigos a un apartamento en el Centro, en la calle Maldonado casi enfrente al bar El Coruñés. Allí tímidamente los poemas aparecieron de nuevo, aunque esta vez fueron los poemas del desierto.
En 2013 conocería a una nueva compañera y abandonaría las tierras yermas de la soledad. Con ella vendría a la familia Titi y Beck, dos nuevos gatitos. Desde entonces he seguido escribiendo poemas, y curiosamente casi he dejado de escribir notas. Veremos el año que viene.






Pero todo este raconto biográfico tiene interés sólo para familiares y amigos. Las vidas en sí son todas muy parecidas. 
He contado todo esto para hacer notar solamente ese quiebre en la continuidad de escribir, que está relacionado con haberme sacado de encima el personaje de poeta, que llegó a ser muy agobiante en esa primera mitad de los noventas. Luego la vida real se instaló y surgieron actividades que compitieron directamente por el tiempo que cualquier persona necesita si quiere dedicarse a escribir.
¿Qué más decir? El pasado se puede maquillar, pero el presente es noticia, así que lo que me pase ahora, o hace poco, es otro cantar. Algo de esos últimos tiempos aparecerá en los poemas del libro El aljibe y otros poemas de amor y desamor. Pero como dijo una poeta amiga, eso ya es literatura y no una descripción de hechos.

El punto es que estaba posponiendo demasiado la publicación de un libro con poemas. Ahora, gracias a la ayuda de Gustavo Wojciechowski (Maca) con su editorial Yaugurú, y de mi amiga Alicia Cuello, y de todos ustedes, amigos míos, algo que me pareció imposible durante mucho tiempo, publicar algunos de los poemas escritos en todos estos años, aquí está. Así que muchas gracias, y también, como digo siempre, gracias por leer.


Daniel Veloso Mozzo
18/10/2018
03/11/2018






Cuaderno nº 9












En El taller de Jar se encuentra el índice de las notas publicadas en El País Cultural.



Gracias por leer.