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domingo, 24 de octubre de 2021

Las ciudades invisibles de Daniel Quintero

Los poetas, como el argentino Daniel Quintero, que escriben todos los días, fluyen en sus vidas como si se tratara de un bote río abajo, canalizando sus vivencias y sus recuerdos a través de la escritura de sus versos.


Nota publicada en Relaciones, número 446, julio de 2021. 


Foto de Alejandro Montini


Daniel Veloso

 

Daniel Quintero pisa el acelerador y pasa a un auto. La tarde está fría y casi como todos los días, en Tierra del Fuego el cielo está nublado. Aquí y allá se divisan entre las nubes gruesas algunos listones de celeste pálido.

Abriéndose paso entre colinas cortadas al medio, la carretera avanza dando curvas largas, bordeada por montes de árboles cargados de líquenes, restos de lo que fuera el gran bosque austral que cubría la parte occidental de la isla que hoy, pertenece a Argentina. Tiempo atrás era la isla de los Selknam u Onas, una de las cuatro etnias que poblaron las islas y los canales australes. Fue por el humo de sus fogatas que los primeros exploradores europeos la llamaron Tierra del fuego.

Daniel conduce hacia a la ciudad de Río Grande, en la costa oriental de la isla, a orillas del Océano Atlántico, viniendo desde el sur, de Ushuaia, la ciudad del mítico penal del fin del mundo. Son doscientos kilómetros entre ambas ciudades. A su lado va su amigo, el poeta fueguino Julio José Leite. En Ushuaia Daniel Quintero vivió por ocho años, de 1987 a 1994. Allí, durante ese período, terminó de consolidarse como poeta.

Un cartel al costado de la ruta anuncia que a la derecha se abre un camino que conduce a la Bahía San Pablo. En ella, en 1985, el Desdémona, un barco de carga, fue encallado en la costa por su capitán, acosado por el viento y por un motor en mal estado. Daniel, a pesar de haber vivido en Tierra del Fuego, nunca pudo llegar hasta allí, pero sabe que la oportunidad se ha dado ese día y que no se repetirá. Le dice a su amigo si pueden desviarse e ir hasta la bahía. Julio lo mira. Son cuarenta y cinco kilómetros hasta la playa y le preocupa el estado del camino. Hace mucho frío como para que se les rompa el auto y queden varados en medio de un paraje deshabitado. Pero al “Perro” nunca ha sabido decirle que no y acepta. Daniel, contento como un niño que acaba de recibir un regalo, arrima el coche a la banquina y toma el camino hasta la bahía.

Foto de Daniel Quintero

Al acercarse a la costa el paisaje está menos transformado por el hombre y se asemeja más al que pudo conocer el joven Charles Darwin en 1832, durante su viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle. Árboles que han crecido acostados por el viento continuo, montes cerrados de arbustos oscuros, el paisaje de largas ensenadas con barrancas y enfrente, el océano inmenso, crestado por doquier por la espuma de las olas. Tras cruzar un puente de madera llegan a la playa y allí el Desdémona, a salvo de los celos de Otelo, los espera.


La marea está subiendo y no pueden rodear al viejo barco, que resiste todavía a la corrosión. Los amigos están radiantes. Saben lo que significa esa reunión con el orgulloso naufragio. Son esas ceremonias que impone la amistad forjada a lo largo de los años. Es la visita al reloj oxidado del tiempo. Que, por supuesto, también está presente en la antigua costa, devastada como por un tallador por el viento y las corrientes, pero que, en una construcción humana como un navío abandonado en la orilla, la presencia del tiempo se hace más real. La prueba de su accionar, sobre el metal del casco del Desdémona, sobre sus cuerpos, es lo que notan los viejos amigos.

No sé si ambos lo presentirían, tal vez sí, pero uno de ellos, Julio Leite, moriría apenas tres años después de aquella visita a la Bahía San Pablo.


CEREBRO MÁGICO. Daniel Quintero, nacido en Buenos Aires en 1959, es uno de los poetas más actuales y vigentes de Argentina. En febrero de 2020 Quintero estuvo en Uruguay, participando del 2° Festival de Poesía de la Paloma, que reunió a poetas, músicos y escritores venidos de todas partes de Uruguay y de Argentina.

Poco después de su regreso a Buenos Aires le pregunté a Quintero si podía enviarle un cuestionario y hacerle una entrevista a distancia. Accedió, enviando las respuestas en forma de audios. En ellos se lo escucha contar con voz pausada y profunda, que de joven estuvo muy motivado por Pablo Neruda y su Canto General, y por Nicanor Parra y su libro Obra gruesa. “Por ahí mi pretensión frente a la poesía fue esa, no creo que sea un poeta social, para nada, pero sí contar lo que ocurre, en el tiempo en que me tocó vivir”, explica.


Leyendo en la Laguna de Rocha durante el 2° Festival de Poesía de la Paloma

Su infancia transcurrió en el barrio porteño de Parque Chas, cuyo trazado de calles en círculos concéntricos le ha dotado de una mitología urbana muy peculiar. En uno de sus poemas, El cerebro mágico, cuenta el momento en que, siendo un niño de siete años, supo que iba a ser poeta. “Cerebro mágico era un juego de mesa sobre cultura general que teníamos de niños y una de sus preguntas era: ¿Qué gran dramaturgo inglés tenía un padre carnicero? La respuesta era Shakespeare. Entonces, de mi elemental deducción de niño inquieto, me dije que si Shakespeare era poeta y el padre era carnicero, yo, que tengo un padre carnicero, voy a ser poeta, y así fue”, relata. A los trece años escribió su primer poema, al que considera horrendo y “al que nunca me escucharán leerlo”, dice bromeando. Más adelante, durante su juventud, publicará su primer poemario, Después de una larga noche (Amaru, 1986).

El centro del laberíntico Parque Chas

En 1987, con veintisiete años de edad, y en el contexto de un país que había recobrado la democracia hacía poco, se fue a vivir al extremo sur del continente sudamericano, a la ciudad de Ushuaia, en Tierra del Fuego, donde viviría por ocho años. En ese tiempo publicó con sus amigos varias antologías de poetas fueguinos y patagónicos. A su vez, participó de la antología El Extranjero y el hechizo en la ciudad de la bahía y junto al poeta Alejandro Montini, en Mensaje de náufragos. Ambos libros editados en Ushuaia en 1990. Tierra del Fuego también le obsequiará a Quintero el apodo de “Perro”.

En 1994 decide regresar a Buenos Aires, aunque no pasará mucho tiempo para que extrañe las tierras del sur y a su gente. Desde entonces, para aliviar la nostalgia y ver a sus amigos ha regresado a Tierra del Fuego en muchas oportunidades: “Siempre digo, esta es la última vez que vuelvo, pero bueno, siempre vuelvo”.

Ese período viviendo en el sur fue una bisagra en su vida: “allí asumo el oficio de poeta en el que hoy estoy involucrado, por compartir y caminar junto a grandes amigos y poetas que conocí en la Tierra del Fuego; gente que uno se fue cruzando y de la que se fue nutriendo como es el caso del tucumano Oscar Barrionuevo, de Manuel Zalazar y Julito José Leite, mi hermano, que ya lleva un año fallecido, un gran poeta de la Tierra del Fuego, de la Patagonia y de Argentina”.


El LABERINTO DEL PERRO. Además del apodo de “Perro”, a Quintero también se lo conoce por el “Oso”. El poeta se ríe, con resignación. Sabe que uno nunca elige los apodos que le ponen los amigos y que luego por costumbre, se solapa con el propio nombre hasta casi sustituirlo. “En Ushuaia me decían Oso y en Río Grande, Perro, porque un amigo tucumano con el cual todavía mantengo contacto, Miguel González, decía que, como porteño, arrastraba mucho las erres, entonces me decía: ¿Qué hacés, Perro?”. Cuenta que el sobrenombre de Oso se ha ido diluyendo, e incluso las personas que en Ushuaia le decían Oso, ahora le dicen Perro. Sin embargo, el apodo de Perro lo seguirá a Buenos Aires, llevado por su amigo Julio Leite: “En sus visitas desde Tierra del Fuego fue conociendo a mis amigos y es él quien instala acá, ese apodo para mí”, recuerda.

En Buenos Aires, en 1995, junto al poeta Oscar Barrionuevo funda la editorial Parque Chas Ediciones, con la que publica, en la colección El rey tuerto, a varios autores patagónicos, además de poetas de otras partes de Argentina. “Uno de los inconvenientes que teníamos viviendo tan lejos, en Tierra del Fuego, era la dificultad para editar. Siempre estaba en mí la inquietud de generar un espacio de edición para publicar trabajos de amigos y otros poetas, y trabajos propios, claro”. Con la editorial Parque Chas publicará su libro Del Dolor de los Espejos (1996) y Cementerio de Payasos (1997). Este último poemario, al igual que el siguiente que publicará, Crónicas fatales escritas desde la luna (1999), está inspirado en Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, uno de los libros favoritos de Daniel Quintero. Cuenta que lo lleva en todos sus viajes y que siempre está releyéndolo.

Una de esas ciudades invisibles bien podría encontrarse en Parque Chas, su barrio de toda la vida. Quintero explica que “la particularidad que tiene el núcleo central de Parque Chas es que las calles son concéntricas. Hay una calle que es un círculo completo, que es Berlín y después tiene una serie de calles semicirculares, pasajes y diagonales”. Cuenta que es un barrio que “incluso con GPS, la gente se pierde con facilidad”. Hoy Daniel Quintero vive “a una cuadra y media de ese laberinto”, en la casa que antes fue de sus abuelos y de sus padres.

Sobre el barrio circulan curiosas leyendas. Algunas son construcciones populares y otras han sido inventadas por escritores como Alejandro Dolina, Jorge Luis Borges, Tomás Eloy Martínez, Luis Luchi o el misterioso Hernán Torrado. Leyendas como la que dice que bajo tierra pasa una extensión de una línea de metro que hizo construir en secreto Perón, que hay calles circulares que no conducen a ninguna parte, que hay manzanas que nunca pueden llegar a rodearse o de una ventana de una casa a la que está prohibido abrir. Hasta hay un cómic de título Parque Chas, con guión de Ricardo Barreiro y dibujos de Eduardo Risso, cuya primera entrega apareció en 1987 en el número 36 de la revista Fierro.




DEL JARDÍN A LA CIUDAD. En el año 2000 Quintero se muda a la localidad de Carlos Spegazzini, cerca del aeropuerto de Ezeiza. Allí se pondrá a construir una casa, tarea que le llevará su tiempo y que tendrá como consecuencia que se pasará diez años sin escribir poesía. Quintero le resta importancia: “además de las ganas de levantar una casa, tenía otras actividades como atender un parque con árboles y esas cosas del campo”. Cuenta que también estuvo muy implicado en el trabajo de publicar varios libros de otros poetas con su editorial. “En realidad no estaba dejando de escribir, sólo estaba tomando carrera”, dice, quitándole dramatismo a esa larga pausa en su escritura. Recuerda que en esa época le dijo a su amigo, el poeta tucumano Oscar Barrionuevo: “estoy escribiendo la poesía que voy a escribir dentro de diez años”.

Con Miguel Ángel Olivera “El Cristo”.

Luego de once años viviendo en el conurbano bonaerense se dio el tan ansiado regreso del poeta. Primero comenzaría a coordinar y a participar de ciclos poéticos y luego sí, a escribir y a publicar. Aparecerían en esta última década los poemarios Inusual (2013), Malhoja (2015), Cotillón (2015), 0 Killed (2016), Signos (2018) inspirado en El jardín de las delicias, la pintura de Hieronymus Bosch, El Bosco, y Pruebas de Galera (2018).

Este último libro lo comenzó a escribir en Uruguay, cuando participó del festival Fray Bentos, Capital de la Poesía. Cuenta que cómo no se le ocurrían los títulos de los poemas, pensó “en ponerles acápites sacados de poemas que me gustaban”. Entre las citas se encuentran fragmentos de poemas de Olga Orozco, Idea Vilariño, César Vallejo, Raquel Jaduszliwer, Oliverio Girondo, Magda Portal, Nicanor Parra o Miguel Ángel Olivera “El Cristo”, entre muchos otros. Hay también de músicos como Spinetta, Cazuza o Discépolo.

El poeta aclara que, en Pruebas de Galera, necesariamente el poema y la cita no tienen por qué corresponder: “En realidad, es como si hubiera hecho dos libros: están los acápites de diferentes autores y mi propuesta en cuanto a la poesía. Así que es como si fueran dos libros en uno”.


Daniel Quintero está pasando por un momento creativo muy importante, publicando poemas nuevos, casi a diario, en las redes sociales. En muchos el poeta expresa su opinión sobre temas actuales, de política argentina o de la región. De esa camada de nuevos poemas han salido los libros, aún inéditos, Memorias de la arena, el cual “surgió a partir de esta pandemia, de esta cuarentena que estamos viviendo” y New York, New York, cuadernos de poesía adquiridos en una venta de garaje, que incluye poemas escritos a partir de dos viajes que hizo a Estados Unidos en los últimos años.


Laura Valente y Daniel Quintero en Nueva York

Llega otro audio de Daniel Quintero, esta vez de despedida. En él se lo escucha agradecer la entrevista, “en cuarentena, a la distancia y de manera virtual”, envía un abrazo fraterno y se despide con una frase que es su sello, inconfundible: “Será poesía”.


Foto de Daniel Quintero




En El taller de Jar se encuentran las notas
 publicadas en El País Cultural, además de un índice.


Gracias por leer. 


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1 comentario:

  1. Muy claro y ameno de leer. Una historia de vida, dedicada a inmortalizarla, haciendo lo que más le gusta, escribir.
    Gracias Dany por enviármelo.

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