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miércoles, 23 de agosto de 2017

Un alto en el camino y el afán de la Enciclopedia galáctica







Porque cada tanto es como que te das cuenta de que se terminó el impulso, y te frenás. Se podría decir que no viene mal, porque ya que vas a cobrar nuevo impulso, estaría bueno elegir la dirección que vas a tomar. La intensidad que le des es otro tema. A veces para hacer un gol por encima de la barrera alcanza con que le pegues suavecito. Tal vez sea este el caso porque no sé bien a dónde voy a llegar. Uno imagina que surgirán nuevas posibilidades y tal vez se deba cambiar de bote.
Usando una metáfora de astronomía, no viene mal alcanzar el frío afelio de la órbita y empezar lentamente a acercarse a la luz y al calor del sol.
En concreto la idea de hacer este blog, El taller de Jar II era la de publicar otros textos aparte de las notas o artículos periodísticos. ¿Pero qué tipo de textos? Ahí tendría que abrir el cajón de los cachivaches, o el catálogo de las naves  homéricas, o sacar la colección de piedras, fósiles y caracoles. Y ahí aparecería el afán de contribuir, como si uno fuera un eterno, un highlander independentista o un vampiro fatigado, con la enciclopedia galáctica, uno de los sueños de Carl Sagan.
Alguna vez lo pensé cuando empecé a escribir notas para los diarios: estoy creando “entradas” en la enciclopedia que reunirá todo el conocimiento creado en la galaxia. Y me fijaba en las listas de los artículos que habían logrado escribir varios autores en sus vidas. Algunos habían escrito montones, otros no tanto. Pensaba en el tiempo invertido y en el sacrificio que fue escribir esos artículos. 
-¿Vamos a la playa papá?
-Vayan ustedes, que yo tengo que quedarme a terminar esta nota para el diario.
Entonces Carl ¿qué hago? Me diría que hiciera lo que en verdad me divierta. Que no deje de ir a la playa, pero que escriba todo lo que quiera y que le metiera ganas.
El blog nuevo, entonces, va a ser lo que no se animó mucho el primero: más literario; más como un puesto de la feria de Tristán Narvaja.
El inventario sería más o menos como sigue.


5/8/2017








Enciclopedia galáctica.
Entrada Nº (tanto, tanto). Inventario (de deseos) con los materiales (vistos como piezas individuales, con límites precisos como caparazones de moluscos), que podrían salir en el blog nuevo.


Como producto comunicacional ya digo que es un desastre si pusiera el material, expuesto como en una manta en la calle de cualquier feria vecinal. Porque, y es mi temor, vendrán los compradores entrenados y se llevarán lo mejorcito a precio de ganga. Ronda la idea de que a través del camino de la ofrenda y el sacrificio votivo (qué gil), de nuestras creaciones, luego vendrán las recompensas.
El camino es el premio diría el maestro Tabárez. Será así entonces.

La caja de cachivaches ahora tiene:

Notas periodísticas no publicadas.

Entrevistas sin terminar de darles formato de nota.

Viejas entrevistas que ya fueron escritas en notas pero que podrían tener algún valor el difundirlas.

Cuentos sin terminar.


5/8/17








El otro día volvía en un 546 de Belvedere, después de sacar fotos en un homenaje por los ciento cincuenta años de la llegada al país de una beata, sí, una monja, cuando empecé a jugar con la mente como si estuviera escribiendo una novela, allí, en ese momento. El calor y la humedad en el ómnibus eran terribles. Mientras imaginaba cómo describiría a las personas sentadas, por ejemplo a algunas mujeres que llevaban sus gorros de lana puestos. Es verdad que afuera lloviznaba y hacía frío, en esas tardes grises que tiene Montevideo en invierno que te querés matar. Pero adentro del ómnibus con tanta gente apretujada, la temperatura era bastante más alta que en el exterior.
Mientras fantaseaba que iba escribiendo una novela en mi mente al mismo tiempo que la vivía, como Brausen, el personaje de Onetti en “La vida breve”, pensé que no se puede, ni se debe tal vez, registrar todo. O todo lo que uno perciba o pretenda percibir.
Sin embargo hay cosas que debo intentar rescatar antes de que se borren de mi memoria, como los peces que encontré en un charquito a un costado del río Santa Lucía.
Lo intentaré.

10/8/17







Entonces, siguiendo los pensamientos anteriores, ni puedo registrar la totalidad de lo que percibo y pienso a diario, ni por otra parte, ni debo ni puedo, escribir pensando que voy llenando hojas en blanco de la fascinante e inacabable Enciclopedia Galáctica.
Podría escribir los títulos de los artículos, como sugeriría Borges, y como decía él, seguro es más divertido y lleva menos tiempo.

Por eso pensé que tendría que elegir qué poner en el blog nuevo. Elegí entre las primeras cosas una nota de 2004 y que trabajé en años siguientes, sobre Óscar Vidal, un vendedor de peces para acuarios que tiene su puesto en la feria de Tristán Narvaja. También pensé en subir algunos de los videos que grabé en diciembre de 2015 en el terreno que tiene Vidal cerca de Punta de rieles, donde cultiva las plantas acuáticas que luego vende en la feria.

También pensé en empezar a subir al blog las crónicas que escribí en mi libreta de viaje, en julio de 2017, durante mi paso por España. Además de que tengo que escribir sobre la Semana Negra de Gijón.
Tengo, tengo, tengo.

Y un montón más de cosas que escribí en una cuadernola, pero que me reservo, aquí.
Pero develo sólo que me gustaría escribir algo sobre el viaje que hicimos con Mariana al norte de la Patagonia y relacionarlo con los escritos de Guillermo Enrique Hudson.
Y tantas otras cosas, como terminar de escribir los viejos cuentos. Y tantas, tantas. Y en el medio luchar por la vida de Blanco, mi gato, que se vino conmigo de Ciudad Vieja en 2011. Y cuidar a Negro, a Titi y a Beck, mis otros tres gatos, que junto a mi compañera, la Churrita, como en un película de los hermanos Lumière, regimos este sistema estelar con nuestros satélites gatunos girando alrededor.
Pero empezaremos con las notas de Óscar Vidal y la de Marcial Souto.

Buenas noches.


10/8/17







Bequito, el gatito que quería ser aviador.
Titina, la gatita que consiguió pasar al otro lado del espejo.
Negrote, el gato negro que amaba comer y comer (pero que también sabía mirar en otros universos).
Blanquito, el gato de nueve vidas y media.


11/8/17







La ansiedad es el primer enemigo de cualquier escriba de la Enciclopedia galáctica. El sólo hecho de pensar que apenas en una vida se pueden escribir ¿cuántos? ¿Cien artículos? ¿Doscientos? ¿Mil entradas en la Enciclopedia galáctica?
Pensaba sobre esto hace un rato, e imaginaba si alguno de los escritores que se dedicaron, tal vez por necesidad, a escribir textos cortos, generalmente para ser publicados en diarios o revistas, pensó en ello. Imagino que muchos tendrían listas con temas sobre los que escribir. Listas que seguro los atormentarían. Una vez leí que Robert Silverberg, el escritor de ciencia ficción y fantasía estadounidense, guardaba en el cajón de su escritorio un montón de notas con ideas para cuentos y novelas. Muchas quedaron allí. A no ser que alguien, pasado el tiempo, juegue con ellas. Como hizo Brian Herbert, el hijo del escritor de ciencia ficción Frank Herbert, que en base a las notas que dejó su padre, escribió varias secuelas de la saga “Dune”.







Eso por un lado. La pesada roca de Sísifo que sostiene sobre su espalda todo escritor que arme listas de posibles artículos. Por el otro, está buscar cuántas notas pudieron hacer los escritores en sus vidas. Por ejemplo Susan Sontag, o Umberto Eco, o Fernando Savater. Se me ocurren también Martin Gardner, George Orwell, Mark Twain y aquí en el Río de la Plata, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar o Angélica Gorodischer.
No debe de ser muy difícil de encontrar esa información. Pero no me quiero detener en ello. Porque hay otro aspecto que también aparece en este planteo y no es tanto la finalidad, el sueño de trascendencia del individuo o de su civilización, sino el del esfuerzo que implica escribir esos artículos, esas entradas en la Enciclopedia galáctica.
Me acuerdo de haber visto una entrevista a Ziraldo, el dibujante brasileño, creador del personaje “Menino maluquinho”, un niño que lleva una olla como sombrero, donde decía que había pasado gran parte de su vida solo y dibujando. Eso lo llenaba de pesar, porque se había perdido parte de la infancia de sus hijos. Mientras todos estaban en la playa, él estaba encerrado en su casa dibujando.









Hace poco, en Gijón, Asturias, conversando con el escritor de novelas policiales, el cordobés Fernando López, este me decía que estaba por salir su última novela, la número seis, de una saga de diez. Sorprendido, saqué el tema del esfuerzo de escribir una decena de libros a lo largo del tiempo y si ese empeño por completar la saga no le implicaba dejar de escribir sobre otros temas que también le gustaban. López sonrió y me dijo muy seguro que llegaría a escribir las diez novelas sobre las aventuras de su personaje, el detective  Philips Lecop.
O sea que con este testimonio la cosa cambia un poco. Sí es un esfuerzo escribir y también que te aleja de otros compromisos, que eso puede estar muy bien, pero puede dejar secuelas, como las que te pueden dejar si das poca atención a tus hijos.
Por eso, crear obras extensas, en números de páginas escritas, o de novelas y cuentos publicados, depende de lo ensimismado que esté el escritor así como de la satisfacción que obtenga del acto de escribir. O de la mísera necesidad, como en el caso de Emilio Salgari, que aunque escribió sobre lugares muy alejados de la Italia donde vivía, nunca pudo viajar mucho. De hecho debía escribir varias novelas al año para sobrevivir, y aquellos lugares paradisíacos como la selvática Malasia eran construidos gracias a su imaginación, a relatos de viajeros y a los informes de geógrafos como Eliseo Reclus.







El inglés George Orwell decía que todos los libros, por malos que fueran, siempre tenían algo, en alguna parte de sus textos, rescatable, que fuera de interés o que llamara la atención. O que simplemente estuviera estilísticamente “bien escrito”. Entonces todos esos textos más cortos y que no fueran cuentos en sentido estricto, ensayos, crónicas, artículos científicos, de costumbres, etnográficos, deportivos, podrían ocupar dignamente un lugar en la Enciclopedia galáctica. Y serían parte de una colosal obra colectiva, sin importar si en sus cortas vidas, los escritores y escritoras pudieron escribir muchos o pocos artículos.
Sagan, puedes empezar a enviar por tu radiotelescopio los ensayos y artículos de la Tierra, correspondiente al volumen que esta tiene, en la infinita e interminable Enciclopedia galáctica.



12/8/17









Ilustraciones:

The Master Bedroom, Max Ernst, 1920.

Grabado xilográfico de una edición de 1506 de Introducción a la Astronomía de Abu Ma'shar (787–886).

Las Pirámides y la Gran Esfinge de Guiza en una ilustración de La descripción de Egipto (1821-1829)

Ilustración de Systema naturæ de Carlos Linneo, 1735.

Grabado de sombra china de un kошка (koshka), gato.

Ilustración de Una semana de bondad o Los siete elementos capitales, de Max Ernst, 1934.

La alegría de vivir, de Max Ernst, 1936.

Grabado de Francois Desprez para la obra Les songes drolatiques de Pantagruel, 1565.

Gabinete de curiosidades del Museum Wormianum. Grabado del Catálogo del museo, 1655.

Lémures: L.Volans, L.Flavus, L.Catta. Grabado al cobre coloreado a mano de J.Nilson y B.F.Leizelt; Conversaciones de la Historia Natural de Gottlieb Tobias Wilhelm, 1828.




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Si se desea utilizar este material con fines educativos o de divulgación por favor primero comunicarse conmigo a través del correo hiperjar@gmail.com
Gracias. (23/08/2017)













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